12 octubre 2007

La carretera Elche – Santa Pola, cuestión de supervivencia.

El sábado 6 de octubre, la carretera que une Elche y Santa Pola, la CV865, añadía otro nombre a su ya larga lista de vidas segadas, fue otra muerte anunciada como lo han sido tantas.

Los muertos acumulados allí año tras año, es suficiente para que su titular hubiera mejorado su seguridad hace años, por simple respeto a la vida de las personas que transitan por ella, por una elemental consideración al prójimo.

Sin embargo, pese a que esos bordillos son la antitesis del concepto de seguridad pasiva y de todo lo que se sabe acerca de ella, y de las consideraciones científicas y técnicas sobre lo que es la seguridad en las carreteras, año tras año, muerto tras muerto, se mantienen en los arcenes amenazando la vida humana que se mueva a su alrededor.



Más aún, como si de un ritual macabro se tratara, cada vez que los bordillos se rompen en algún suceso dramático, son sustituidos por otros nuevos, para que sigan yaciendo ahí esperando cazar a otra víctima, dado que no tienen ninguna función para la seguridad viaria y sólo sirven para que las personas mueran y se lesionen gravemente.

Y por qué se mantiene los postes de las señales de dirección obligatoria que hay en todas las glorietas partidas de esa carretera, que impiden la visibilidad completa de la calzada, poniendo en riesgo mortal a las personas que transitan por ellas.



Si un conductor que se detiene en una de esas glorietas mira a su izquierda y no ve venir a nadie, porque el vehículo que se le acerca está oculto por el poste, como venga otro vehículo por su derecha, esperará a que pase y acto seguido iniciará la marcha como es lógico, pero el vehículo que venía por su izquierda, que no pudo ver al estar oculto por el poste, en esos momentos estará encima de él y no podrá hacer nada por evitar un impacto lateral del que le será muy difícil salir vivo.

Pero, es que ésos postes, lejos de retirarse por respeto a la vida de los que transitan por esa carretera, fueron sustituidos hace unos meses por otros más anchos, que aún ocultan más calzada y vehículos, y durante más tiempo que los postes anteriores, aumentando el riesgo favoreciendo que esos impactos mortales al salir de las glorietas cuando otro vehículo está encima, se produzcan con más frecuencia y cantidad.



Para más incoherencia, las señales que soportan los postes asesinos, tienen poca justificación en glorietas de esas dimensiones, dado que prácticamente no ejercen ninguna función para la seguridad viaria, los conductores ya saben por donde se entra, y no pueden entrar al revés fácilmente, porque no tienen radio de giro para hacerlo tal cual vienen por la calzada principal. Esas señales se justifican en glorietas partidas de mayor longitud y con las embocaduras más amplias, que pueden prestarse a confusiones, no en las pequeñas. O sea, que esas señales y sus postes sólo sirven para matar.

No son las únicas incoherencias técnicas con capacidad para matar que existen en esa carretera, las propias glorietas partidas son un riesgo cuando la intensidad del tráfico es alta (situación frecuente en verano y en festivos), pero no voy a aburrirles describiendo todo lo que allí se observa.

Las peligrosas incoherencias técnicas de la CV865, o de cualquier otra vía, al final se reducen a una simple cuestión de supervivencia y de consideración por el prójimo, y cualquiera entiende que hay que solucionarlas cuanto antes.

¿Qué razones necesitan en la Conselleria, para, al menos, eliminar los bordillos de los arcenes y los postes de las señales que impiden la visibilidad en las glorietas?

¿Cuál es el grado de respeto por la vida y de consideración por prójimo que existe en una Administración que mantiene, repone y hasta aumenta ésos riesgos, sabiendo que existen?

Porque saberlo, lo que se dice saberlo, no lo duden, me consta que lo saben.

11 septiembre 2007

Las salidas de la vía y sus muertos

Entre todos los tipos de accidente que se producen en las carreteras españolas, la salida de la vía es el enemigo público número uno, pues sigue siendo el que más vidas se cobra.

Ese tipo de accidente mata en España casi el doble que las colisiones frontales: los muertos que produce superan a la suma de los que resultan por colisiones frontales y frontolaterales.

Como es sabido, aún no se ha podido investigar las causas de los accidentes para poder saberlas con acierto, y en ello se incluyen las causas de las salidas de la vía. Hablar de ellas es, por tanto, entrar en especulaciones que no conducen a ninguna conclusión valida: y en tráfico sólo sirve la verdad, porque los muertos son de verdad.

Para disminuir la masacre por salidas de la vía no hay que esperar a que los accidentólogos podamos investigar las causas o cómo hay que hacerlo; que algún día lo lograremos, digo yo. Actualmente sólo tenemos un camino, y no hay otro: es el que se ha seguido durante la segunda mitad del siglo XX, alcanzando el nivel de seguridad que objetivamente tenemos. Ese camino es mejorar la seguridad por las causas de la seguridad; no por las causas de la siniestralidad, porque esto último no ha sido posible.

Para disminuir las salidas de la vía hay que disminuir el riesgo de que se produzcan; y para ello no precisamos saber las causas de las salidas. Si mejoramos la percepción del trazado y de sus variaciones, señalizando y balizando eficazmente para el día y la noche, sin duda disminuirán las salidas de la vía, dado que mejoramos la seguridad activa del sistema y, como consecuencia, disminuimos el riesgo: que es lo que funciona y de lo que se trata a la hora de materializar la seguridad.

Hay que significar la importancia del balizamiento diurno y nocturno, porque las señales previas a una curva o una rotonda sólo avisan de su presencia, pero no permiten percibirla. Un balizamiento eficaz sí mejora su percepción de día y de noche; y como consecuencia disminuirán los errores de los conductores, y con ello las salidas de la vía.

Es obvio que esa mejora se tiene que llevar a cabo en toda la red de carreteras, incluyendo especialmente la red secundaria y las carreteras locales. Porque es en este ámbito donde más nos están machacando las salidas de la vía y los muertos que producen.

En las vías de alta velocidad hay que prestar especial atención al balizamiento en general, incluyendo unos programas eficaces de limpieza para que el balizamiento existente no quede inutilizado por la suciedad: en alta velocidad un error de percepción puede ser insoluble. Pero también hay que tener especial cuidado con el balizamiento de las curvas suaves, casi rectas, que son más difíciles de percibir con claridad: en ellas es más fácil que se produzcan errores, y con ello más salidas de la vía a alta velocidad.

Además de la lluvia y la niebla, la noche y los crepúsculos son los momentos más propicios para este tipo de accidentes: pues no hay que olvidar que el alcance eficaz de la luz de cruce de los faros no supera los 40 metros: de ahí que la cantidad y la calidad del balizamiento sea cuestión de vida o muerte, porque permite percibir el trazado con más claridad y a tiempo. Y con esa distancia es con la que hay que contar, porque la luz larga ya es un extra que sólo se puede utilizar en contados momentos con las intensidades de tráfico que existen por nuestras carreteras.

En cuanto a la eficiencia de las balizas reflectantes que se utilizan actualmente, hay mucho que hablar. Pero sin entrar en ello, tal vez haya que plantearse aumentar el nivel de retrorreflexión en las balizas, aumentando por tanto la eficacia y la distancia de percepción. Hasta puede que, al ser más reflectantes, para mantenerlas operativas haya que limpiarlas con menos frecuencia. Como siempre, un menor coste no implica necesariamente ser lo más barato.

Las muertes por salida de la vía están causalmente relacionadas con la seguridad pasiva que ésta ostente. O dicho de otro modo: a igualdad de salidas de la vía en dos carreteras similares, habrá más muertos en la que tenga más riesgo pasivo o (lo que es lo mismo) menos seguridad pasiva.
La seguridad pasiva sigue siendo una de las asignaturas pendientes en nuestra red viaria, con mayores deficiencias en la red secundaria y en las carreteras locales: precisamente donde tenemos más muertos.

En definitiva, si somos capaces de mejorar la seguridad activa a través de la señalización y el balizamiento, y de mejorar la seguridad pasiva disminuyendo los riesgos que esperan para matar a la primera ocasión, disminuirán las salidas de la vía y los muertos de las que se produzcan: físicamente no puede ser de otro modo.

10 junio 2007

Las parodias en la seguridad de las obras viarias

La siniestralidad viaria es el primer problema de seguridad pública entre todos los fenómenos violentos que amenazan a la población del planeta, en todas partes mata y hiere con más frecuencia y cantidad que guerras, terrorismo, delincuencia, catástrofes naturales, accidentes domésticos y otros fenómenos violentos. La siniestralidad laboral no alcanza las proporciones de la viaria, pero no es asunto que pueda dejarse de la mano.

Además del drama humano, que ya es, el coste económico de la siniestralidad viaria es astronómico, aunque no se contempla en las cuentas de la Sociedad porque el modelo contable empleado no lo incluye, pero su coste sí sale de los bolsillos de los ciudadanos; igual ocurre con el coste social de la siniestralidad laboral. De modo que la siniestralidad que se produce en un país o en una ciudad empobrece inexorablemente a sus ciudadanos, y encima les encarece el seguro de los vehículos, porque también se fija en función de los índices locales de la siniestralidad.

La siniestralidad viaria disminuye en la medida que se mejora la seguridad, y ésta se mejora diminuyendo el riesgo físico de que se produzcan los fenómenos violentos (impactos, atropellos, salidas de la vía, vuelcos y caídas), y no de los modos alquímicos que algunos no paran de repetir, intentando justificar no se sabe qué, porque no dicen nada que se pueda entender por el común de los mortales, y menos aún por los que saben algo de la materia.

Hace unos días volvió a salir en los medios un asunto que no por sabido deja de ser de vergonzante actualidad, que muchos planes de seguridad de las obras se hacen mal. Se hacen planes genéricos y ambiguos que pasados por fotocopiadora sirven para todas las obras que sea menester. Esto es una desvergonzada parodia, pues un plan de seguridad decente tiene que detallar las medidas especificas para controlar los riesgos concretos que existen en cada uno de los trabajos a realizar en cada obra. Esto, que es tan evidente y de sentido común, y que cualquiera entiende, parece que no encaja en la cabeza de cierto tipo de técnicos, quizás muy ocupados por otros asuntos y cuestiones.

Esta pantomima en los planes de seguridad también se practica en las obras viarias, en las que además de la seguridad de los trabajadores tenemos en danza la seguridad viaria, la de los usuarios de calles y carreteras.

Lo más gracioso del asunto, es que los planes de seguridad forman parte del proyecto de la obra, que para poder ejecutarse tiene que aprobarlo la Administración competente. Y ya es para desternillarse en el caso de las obras viarias cuyo promotor es la misma Administración que aprueba el proyecto con el plan de seguridad que hayan incluido los técnicos cortitos de entendederas; situación que ya es surrealista en el caso de los Municipios, porque además de ser el promotor de la obra y de aprobar el proyecto con la parodia de seguridad que le hayan colado, encima es la autoridad local encargada de velar por la seguridad viaria, y no debe permitir que se ejecuten obras viarias sin las medidas para garantizar la seguridad de trabajadores y usuarios.

Ustedes tienen ojos y no hace falta que les detalle las señalizaciones, los balizamientos y las defensas de autentica vergüenza que se ven por las obras viarias, creando riesgo al no cumplir sus funciones para la seguridad; y qué decir de los agujeros, zanjas, vallas, alambres, hierros, materiales y el sin fin de obstáculos e incorrecciones que existen. Y todo ello incumpliendo normativas y los dictados más elementales del sentido común, creando riesgos estúpidos e inútiles para trabajadores y usuarios, de día, de noche y a cara descubierta.

Pues tengan bien claro, que aquellas Administraciones que no procuran por la seguridad de sus infraestructuras viarias dejándolas con múltiples riesgos para el tránsito de personas y vehículos, y que aprueban proyectos con parodias de seguridad en vez de con planes, y que permiten que las obras viarias se ejecuten con riesgos estúpidos para trabajadores y usuarios, les están empobreciendo descaradamente, porque el coste social de la siniestralidad que producen los riesgos que se han dejado tan alegremente, saldrá de sus bolsillos, no de las Administraciones, cuyas cajas también llenan ustedes con los impuestos.

Lo más barato para la Sociedad y los ciudadanos es gastar lo que sea menester en seguridad, aunque ello provoque quebraderos de cabeza a los que administran las cuentas públicas, a los que hacen y aprueban vergonzantes parodias de seguridad en vez de planes, y a los que toleran que tales parodias se representen, como si las obras, las calles y las carreteras fuesen el escenario de una gran farsa que hay que representar.

Pero en tráfico, en las obras y en la vida no valen parodias ni representaciones teatrales, sólo sirve la verdad, porque la vida, los siniestros, los muertos y los heridos son de verdad, como el dinero que hay que pagar por los astronómicos costes sociales de la siniestralidad.

¿Lo hacen queriendo? Sinceramente, creo que en la mayoría de los casos es pura ignorancia mezclada con comodidad y algo de soberbia, pero es necesario que despierten y busquen buena formación, porque estamos hablando del primer problema de seguridad pública entre los fenómenos violentos que nos matan y hieren, y ya va siendo hora de dejarse de inútiles monsergas y moralinas y atenerse a la realidad, no hay otra salida que emplear la poca verdad que sabemos, optimizando los recursos e inversiones de los que dispone la Sociedad para ir solucionando eficazmente esa gran tragedia humana que ha sido y es la siniestralidad vial.

Y lo que demuestran los hechos, es que cuando se mejoran las infraestructuras viarias y su gestión, la siniestralidad y las víctimas caen en picado; pero es que, además, eso tiene explicación.

07 junio 2007

A propósito de la seguridad vial en la Argentina. Respecto de la responsabilidad del Estado y de los concesionarios viales

Podrá decirse más alto, más amplio y con más detalles y matices, pero no más claro. Y aclarando diferencias, las palabras de Martín también son aplicables a España.

A PROPÓSITO DE LA SEGURIDAD VIAL EN LA ARGENTINA.
Respecto de la responsabilidad del Estado y de los concesionarios viales.

Por Martín Diego Pirota
Abogado Especialista en Derecho de Daños (Universidad de Belgrano – Argentina y Universidad de Salamanca – España)


A tenor de los graves y reiterados accidentes de tránsito con lamentables saldos de personas muertas y lesionadas, y más aún teniendo en cuenta la “Semana Mundial para la Seguridad Vial” instituida por la ONU del 23 al 29 de Abril de 2007, y la decisión del Gobierno Nacional de declarar al año en curso como “Año de la Seguridad Vial” en nuestro país, conviene que hagamos un breve repaso de las obligaciones que, en la temática del tránsito, prevención y seguridad vial en calles y carreteras, debe cumplir el Estado (Nacional, Provincial o Municipal), organismos autárquicos competentes (Dirección Nacional o Provinciales de Vialidad, Secretaría de Transporte, Comisión Nacional de Regulación del Transporte, Órgano de Control de Concesiones Viales, Superintendencia de Seguros, etc.) o en su caso, los concesionarios de peaje:

• El Estado es la máxima autoridad en materia de tránsito y tiene siempre un deber primario para con la sociedad toda en un asunto de importancia vital y colectiva como el tránsito vehicular, debiendo impedir la circulación de aquellos vehículos que no reúnan las condiciones de seguridad reglamentarias y que puedan causar accidentes (conf. art. 72 de la Ley Nacional de Tránsito Nº 24.449/95);

• Los accidentes no son tales ya que según la Organización Mundial de la Salud son previsibles y evitables (según declaraciones de la Directora de la O.M.S. Margaret Chan), es decir, que son sucesos claramente previsibles (no es caso fortuito) para la autoridad con competencia sobre la vía (Estado, organismo vial descentralizado y/o ente concesionario vial). Así lo imprevisible es distinto de lo imprevisto: imprevisto es lo que no se previó efectivamente. Va de suyo que quien no previó lo que era previsible puede estar incurso en culpa, y esa es la conducta omisiva en que incurre la entidad competente (conf. art. 1074 del Código Civil). Como dice el poeta y escritor francés Paul Valéry “¿Qué puede haber imprevisto para el que nada ha previsto?”;

• El Estado debe hacer más exigente el otorgamiento y renovación de las licencias de conducir, sancionando a los funcionarios que las extiendan a aquellas personas que no cumplen los requisitos que exige la ley (conf. arts. 13 parte final de la Ley Nº 24.449/95 y 1112 del Código Civil);

• El Estado debe sancionar más enérgicamente a los infractores de tránsito, mediante la aplicación de multas y condenas penales ejemplares y de cumplimiento efectivo en aquellos casos de extrema gravedad (ej. picadas, conductores alcoholizados, etc.);

• El Estado debe fiscalizar -a través del Órgano de Control de Concesiones Viales- el fiel cumplimiento de las obligaciones de los concesionarios de peaje en lo que hace al mantenimiento y conservación de las rutas que le fueron entregadas (conf. art. 18 del Pliego de Bases y Condiciones Generales para la Licitación de Concesión de Obra Pública);

• El Estado u organismo vial competente (DNV, DPV o concesionario vial) debe instalar y mantener las señales viales que acompañen, marquen, informen, induzcan y en definitiva muestren a los conductores y peatones el camino más seguro;

• El Estado debe controlar y advertir a la población –a través de la Superintendencia de Seguros de la Nación- la solvencia económica y financiera de las compañías de seguros que operan en el ramo del seguro obligatorio automotor (conf. Ley Nº 20.091/73 de Entidades de Seguros y control de la actividad aseguradora);

• El Estado está obligado a vigilar en forma permanente –a través de la Secretaría de Transporte, Comisión Nacional de Regulación del Transporte y autoridad policial- que todos los automóviles, camiones o motocicletas y especialmente los colectivos del transporte público de pasajeros de corta, mediana y larga distancia, circulen con la cobertura al día del seguro obligatorio de responsabilidad civil automotor (se estima que en la Argentina alrededor del 50% del parque automotor circula sin seguro);

• El concesionario de peaje debe prestar los servicios en forma ininterrumpida durante las 24 horas (auxilio médico y/o mecánico, extinción de incendios, sistema de postes parlantes “SOS”), manteniendo la ruta y banquinas despejadas y libre de cualquier objeto fijo o móvil (animales sueltos) que pudiera ocasionar una situación de peligro o accidente;

• El concesionario vial debe suspender total o parcialmente la circulación cuando, circunstancias climáticas extraordinarias como la abundante nieve o neblinas espesas que reducen notablemente la visibilidad y que seguramente traerán aparejados accidentes en cadena con múltiples vehículos involucrados, así lo aconsejen. Si no suspende la circulación por lo menos debe proveer al usuario vial de coches guía, que cumpliendo una función similar al safety car utilizado en las competencias automovilísticas, marca la marcha, controlando la velocidad y evitando el sobrepaso; o también puede instalar detectores de niebla que a través de carteles lumínicos adviertan al automovilista la intensidad y gravedad del fenómeno mediante una señalética especial (conf. art. 14 del Reglamento de Explotación de Concesiones Viales).

Pues bien, debemos confesar al lector que al momento de estar enumerando este catálogo de deberes incumplidos en la mayoría de las veces por el Estado o autoridad vial competente, no podemos evitar recordar los desgraciados y desastrosos accidentes de tránsito ocurridos en nuestra patria y que pudieran haberse evitado, y asimismo el miedo de pensar que seguirán sucediéndose si el Estado no abandona su pasividad, sensibilizándose con el sufrimiento causado, conteniendo el sentimiento de impotencia e impunidad colectiva y dando respuestas al clamor popular de justicia para víctimas y responsables.

Esperemos que todo usuario se informe correctamente y se sienta estimulado a ejercitar sus derechos; y de esa forma contribuya a la mejoría y excelencia del tránsito y la seguridad vial, exhortando a todos los sujetos involucrados (Estado, organismos viales competentes o concesionarios de peaje) al inmediato y responsable cumplimiento de las obligaciones asumidas, enfrentando positivamente la dolorosa y alarmante estadística de destrucción y muerte que enlutan los caminos argentinos. Que así sea.-

19 mayo 2007

La responsabilidad de la Administración en el accidente de tráfico

Por Miguel López-Muñiz Goñi.

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Este artículo está relacionado con La seguridad vial y las infraestructuras, imprescindible para entender qué son las causas de los accidentes, y la influencia de las infraestructuras en la siniestralidad y en la seguridad viaria, incluye las Pirámides de la Inseguridad Vial.

La lectura de ambos artículos da una visión contextual de la influencia de las infraestructuras y la responsabilidad de la Administración, en la siniestralidad y en la seguridad viaria.

Nota preliminar.

Rescatado del olvido, este trabajo es una comunicación al V Congreso Internacional de Derecho de Circulación celebrado en Madrid en 1963, que además fue publicado en la Revista de Derecho Español y Americano, nº 4 (abril-junio) de 1964. Trata de la perspectiva jurídica sobre un asunto que en la actualidad viene adquiriendo relevancia por muchos motivos, sobre todo por la necesidad material y social de que la Administración ejerza sus competencias y facultades para la funcionalidad y la seguridad del tráfico en las infraestructuras viarias (dicho sea, lo mismo que en 1963).

Su autor, Miguel López-Muñiz Goñi, no precisa presentación en el ámbito del Derecho y menos aún en el de la Accidentología. Esto no es, por tanto, ni un prologo ni nada que se le parezca, es una simple nota recordando el contexto en el que se escribió este trabajo, sin olvidar algunos rasgos que definen a su autor, y algunos hechos que se han producido en los 44 años que han transcurrido desde que se escribió, estamos en abril de 2007.

D. Miguel es un adelantado a su tiempo, con extraordinaria visión de futuro, analítica y sintética, a la vez que profunda y práctica, no desliga su profesión de jurista de su interés por la siniestralidad viaria y por la Accidentología, que deviene de la necesidad de saber cómo y porqué es esa tragedia; una necesidad de ciencia muy personal que ya definió Ortega y Gasset en Del estudiar y el estudiante, y que es una constante en todos los que han intentado avanzar a la vanguardia de esa especialidad emergente que es la Accidentología viaria, que no acaba de cuajar pese a que es muy necesaria para la sociedad, muy atacada por la pseudo – ciencia y las creencias en el origen de la siniestralidad viaria.

Pronto le llegó esa inquietud a D. Miguel, pues como él mismo dice, al poco de tomar posesión de su cargo en el juzgado de Almansa (Albacete), ya se enfrentó al drama que produce un «punto negro», que conmueve y suscita preguntas, que no asaltan al cerebro sino al corazón, creando la necesidad de saber –de ciencia- a la que se refería Ortega y Gasset en su artículo, publicado en 1933 en el Diario La Nación de Buenos Aires.

Almansa era y es ruta obligada para el tráfico viario entre la costa mediterránea y la meseta, entre Madrid y las provincias de Alicante y Murcia. España empezaba a salir del agujero de la posguerra y todo lo que le rodeó, y el incremento de vehículos motorizados fue esencial para conseguirlo. Pero, con ello, los accidentes de circulación se convirtieron en un problema de primera magnitud, alterando la vida apacible de los juzgados en cuyo partido se encontraba algún tramo de las grandes carreteras de la época.

Del ajetreo en el juzgado de Almansa y de la inquietud personal, vendría ACCIDENTES DE TRÁFICO. PROBLEMÁTICA E INVESTIGACIÓN, obra que sigue siendo obligada para los investigadores experimentados, y más aún para quienes dan sus primeros pasos en la materia.

Por esos años, finales de los 50 y principios de los 60, y ante el problema de la siniestralidad, en España se crearon, entre otros, el Seguro Obligatorio de Automóviles, el Fondo Nacional de Garantía de Riesgo de la Circulación, la Jefatura Central de Tráfico y la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, y es en ese contexto, para la mayoría de nosotros ya histórico, en el que se escribió esta comunicación.

Desde el punto de vista científico y técnico destacan muchas cosas en este trabajo. Fíjese el lector que López-Muñiz ya habla de la necesidad –y la responsabilidad- de mejorar la formación y los criterios de selección de conductores, y de la necesidad de controlar la corrección del estado de los vehículos, campos en los que se ha avanzado en los más de 40 años que han transcurrido, y precisamente en los aspectos descritos por D. Miguel, aunque no tanto como puede parecer a simple vista.

Pero aún destacan más sus referencias a la infraestructura viaria como elemento activo en la producción de la siniestralidad, algo que aún hoy muchos no conciben ni admiten, pese a las evidencias lógicas y empíricas que no permiten otras conclusiones, y que obviamente es responsabilidad de la Administración, aunque intervienen otros actores.

Aún destaca más otra afirmación, cuya veracidad, como todas las afirmaciones de López-Muñiz, quedaría demostrada posteriormente por los hechos: «En el planeamiento de una carretera comienza precisamente la prevención del accidente de tráfico.»

La mejora técnica de las carreteras ha sido uno de los elementos determinantes para conseguir el nivel de seguridad alcanzado en la segunda mitad del siglo XX, con unos volúmenes de tráfico que han aumentado mucho más allá de lo que ya era inimaginable a principios de los años sesenta cuando se escribió este trabajo. Y, sin embargo, ello ha sido disminuyendo accidentes y víctimas; en los últimos quince años los muertos de las carreteras españolas han disminuido a la mitad. Y son hechos ante los que no caben argumentos, están ahí.

Obviamente esa prevención que comienza en el fase de planeamiento, sigue en la fase de construcción y en la de mantenimiento y explotación. Y repito, algo que aún hoy muchos no conciben ni admiten, pese a las evidencias lógicas y empíricas que no permiten a otras conclusiones con el razonamiento científico o demostrativo, pues la corrección técnica de las infraestructuras viarias son determinantes para la seguridad y la siniestralidad viaria, de su estado y condiciones depende en buena parte que se produzca la una y la otra, dado que los elementos artificiales estáticos del sistema viario actúan sobre la seguridad (activa y pasiva) de todos los elementos dinámicos (peatones y vehículos), y éste es un hecho que no entra en el ámbito de lo que es científicamente opinable. En ese sentido se pronunciaba la propuesta de Directiva de la Comisión Europea de 5 de octubre de 2006, proponiendo estudios de impacto en la seguridad de la red para las nuevas vías o sus modificaciones, auditorias de seguridad desde el proyecto hasta la puesta en servicio, la gestión de la seguridad viaria controlando el riesgo y eliminando los «puntos negros», y la realización de inspecciones periódicas de la seguridad de las vías en servicio.

Miguel López-Muñiz Goñi fue el primero en afirmar una gran verdad, incontestable y demostrada, como es que, «los accidentes de tráfico son la consecuencia de problemas técnicos sin resolver».

Frase que marca el camino a seguir en Accidentología y en Ingeniería viaria, especialidades que lejos de ser antagonistas (como algunos pretenden que parezcan), son complementarias y están obligadas a crecer juntas, puesto que comparten objeto, objetivos, incógnitas e inquietudes: una, la Accidentología, con un juicio crítico riguroso, identificando problemas, planteando preguntas y el modo de obtener respuestas verdaderas, porque en tráfico sólo sirve la verdad; la otra, la Ingeniería, es la creatividad con el ingenio que le caracteriza y define, la que junto con la ciencia ha hecho posible este enorme y complejo tinglado que es el sistema viario, buscando soluciones a los problemas, mejorando la funcionalidad y la seguridad. De ese modo es como se ha avanzado, y como se ha obtenido la funcionalidad y la seguridad que objetivamente tenemos, y que no sólo hay que mejorar, sino que también hay que conservar.

Más que necesaria, es imprescindible la conservación de ese patrimonio esencial (para y de la sociedad), que son la infraestructuras viarias. No hacerlo suficientemente implica una regresión de consecuencias nefastas para la sociedad en todos los aspectos; y dejar perder lo conseguido, siendo imprescindible para la vida y la prosperidad, y para la seguridad de las personas, es una peligrosa e imperdonable sandez que ninguna sociedad se puede permitir.

Por ello es seguro que la Ingeniería seguirá inventando para avanzar en conservación, en funcionalidad y en seguridad, del mismo modo que la Accidentología seguirá planteando problemas, preguntas y críticas, porque ambas existen para eso, son las especialidades propias del sistema viario y sus fenómenos, y son interdisciplinarias, precisan del auxilio del saber de otras especialidades científicas y técnicas, pero sin perder de vista sus principios y fundamentos, los propios de la especialidad (que son comunes a las dos), ni las condiciones y pautas que rigen en la estructura y en el funcionamiento del sistema viario, que las impone la Naturaleza, no el hombre, sin olvidar sus funciones en la sociedad, porque de ello dependen: la calidad de vida de las personas, el desarrollo de las actividades socioeconómicas, y la supervivencia de muchas personas. La siniestralidad viaria sigue siendo el primer problema de seguridad pública entre todos los fenómenos violentos que amenazan la supervivencia y la integridad de la población del planeta, y no se puede bajar la guardia.

Miguel López-Muñiz Goñi como Josef Stannard Baker, son en Accidentología lo que Ezra Hauer es en Ingeniería, brújulas que marcan el camino a seguir. Su visión de futuro desde la realidad de su presente deviene de su pensamiento, que es claramente avanzado a su tiempo.

El tiempo es un juez implacable que pone las cosas en su sitio (impone el orden natural en las cosas), y da a cada uno lo suyo (hace justicia).

En lo que a siniestralidad y seguridad viaria se refiere, el tiempo ha ido poniendo las cosas en su sitito (y a los hechos me remito), y con ello también ha ido haciendo justicia a Miguel López-Muñiz Goñi, como hace con todos.

Sirvan estas líneas a modo de acta, pues uno no hace mas papel que el de secretario del tiempo y los hechos, que son los que verdaderamente dicen y mandan.

Luis M. Xumini.

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14 mayo 2007

Mitos y leyendas: la relación causa-efecto entre la velocidad y los accidentes

Este artículo se publicó en la revista Carreteras, nº 131, Madrid, 2004. Se escribió principalmente para investigadores y técnicos, aunque también se pensó en los profanos que podían tener interés en este asunto, de ahí que en él se mencionan algunas cosas que para el primer ámbito eran innecesarias.

Tan sólo una advertencia preliminar, que físicamente la velocidad no sea causa o agente hacedor de accidentes, ello no significa que pueda irse a la velocidad que plazca, sino a la velocidad que el sistema viario puede mantener en equilibrio en cada lugar y momento, lo cual no depende solamente de los conductores, como se indica en el texto.

Mitos y leyendas: la relación causa-efecto entre la velocidad y los accidentes.

Luis M. Xumini.

La velocidad es un tema de constante y antigua controversia dado que muy pronto se planteó si tenía influencia en la siniestralidad del tráfico. Desde entonces se han realizado múltiples estudios con los resultados conocidos por todos. Esencialmente, que se muestra como indicador de riesgo si su valor se aleja de la velocidad media del tráfico. Lo cual resulta coherente con lo que sostenía J. Stannard Baker, que en 1957 (1) decía así:

"…si se considera el accidente como la incapacidad del sistema vial para garantizar viajes exentos de daños y lesiones (como se ha venido haciendo), entonces la velocidad inadecuada para las condiciones viarias existentes, más que un factor del fallo del sistema, es un síntoma del mismo."

Esto es, que la velocidad inadecuada no es una causa sino una consecuencia del fallo. En los años 70 se produjo un valioso hallazgo. Ante una crisis petrolera se impuso una limitación de la velocidad en las autopistas de EE.UU., bajando los registros de los accidentes y las víctimas. La conexión estadística entre las variables era evidente: por ello hubo quien se apresuró a sostener que la velocidad era la causa, puesto que fue lo que se varió. Obviando así lo dicho por Baker, pues, aunque la velocidad inadecuada es un síntoma o consecuencia del fallo del sistema, estadísticamente se hallará conectada a los accidentes y a las víctimas, que también son efectos o síntomas del fallo del mismo sistema. En términos lógicos, las tres variables se sitúan en los consecuentes del fallo, no en sus antecedentes o causas.

En realidad, el hallazgo de los 70 indicaba que las condiciones de configuración del sistema no eran correctas para la velocidad a la que se le hacía funcionar. Al bajar la velocidad de funcionamiento mejoró la adecuación funcional a las condiciones de configuración; y por lo tanto disminuyeron los fallos y sus otros síntomas o efectos, los accidentes y las víctimas.

Sin embargo, aquel valioso hallazgo que confirmaba empíricamente el razonamiento de Baker y que, por lo tanto, marcaba la estrategia para mejorar la seguridad en cuanto a la velocidad, no se supo entender. Así, unos han seguido insistiendo en la presunción de una inexistente e insostenible relación general de causa-efecto (jamás explicada); y otros, en que aquel hecho no era demostrativo de nada y, por lo tanto, manteniendo criterios subjetivos acerca de la velocidad.

Por otro lado, en un sentido particular (en el de un accidente), es frecuente hallar informes de investigadores policiales y privados, anuarios estadísticos, artículos, sentencias, manuales y todo tipo de publicaciones donde se menciona expresamente la velocidad excesiva o inadecuada como la causa de un accidente. Pero no así la explicación de cómo y por qué es esa relación de causa-efecto que sostienen, que se da por supuesta sin más.

Pese a todo lo dicho, y ya más recientemente, en Europa se han establecido correlaciones estadísticas entre el valor de la velocidad y los registros de los accidentes y las víctimas. Y con la proporción hallada, los autores de tal estudio llegan a pronosticar la cantidad de accidentes y víctimas que se evitarían por cada unidad que se disminuya en los límites genéricos de velocidad. Lo cual, además, parece fundamentar una política europea sobre la velocidad y los métodos de su control. Aunque, en términos lógicos esas predicciones suponen a la velocidad como antecedente necesario, general y proporcional de los consecuentes, esto es, que de facto tal predicción se está sosteniendo del mismo modo que se interpretó hace 30 años la correlación de los 70 en EE.UU., es decir, con la presunción de una insostenible relación general de causa-efecto.

Victor Irureta (2), al esclarecer otro mito sobre el calculo de la velocidad por deformación, acuñó el término "Accidentología Mágica" para referirse a la investigación de accidentes que no se ajusta a la metodología de las ciencias.

¿Es posible avanzar en seguridad y en justicia fundándose en los mitos y leyendas que sostiene la Accidentología Mágica? ¡Pues claro que no! Pero eso es lo que hay en materia de investigación sobre tráfico, que todavía no hemos dado el paso definitivo del mito al logos. Y dicho así, parece que somos unos cafres de especial pedigrí. Pues no, porque no estamos en situación distinta al resto de las ciencias y las técnicas.

La insuficiente investigación teórica, y en consecuencia, la insuficiencia metodológica que afecta a la ciencias y a las técnicas en general, ha venido agravándose durante el siglo XX, al ir desapareciendo de las aulas la filosofía, la lógica y la metodología de las ciencias.

Además, hoy, cualquier investigador profesional que desee prepararse en esas materias tendrá serias dificultades para aclararse, dada la confusión creada durante el siglo XX por filósofos y científicos. Y, ¿cómo puede trabajar científicamente un investigador profesional, tratando de hacer descubrimientos y aplicaciones beneficiosas para la sociedad, sin tener claros los fundamentos de la metodología de las ciencias?

¿Cómo encontrar la verdad sin un claro criterio de verdad?
¿Cómo distinguir las causas de algo sin una noción clara de lo que son las causas?
¿Cómo justificar y planificar métodos específicos de investigación si no sabemos los fundamentos y la estructura de un método genérico de investigación?

La consecuencia de esta explosiva combinación no es otra que la superficialidad científica y la perdida de rigor y objetividad: un estancamiento científico nada propicio para los avances en unas técnicas emergentes como son el tráfico y la seguridad vial. Es decir, que habrá que esforzarse en materia de formación y en investigación teórica y metodológica, si queremos seguir adelante con menos muertos por los caminos.

Y, desde luego, en estas condiciones es muy difícil aclarar si existe o no una relación de causa-efecto, porque ya no se distingue bien lo que es causa de lo que es efecto.
La causalidad es un tema complejo que ha hecho correr ríos de tinta durante siglos. Pero, actualmente no será difícil encontrar quien sostenga que la mecánica cuántica invalidó el principio de causalidad en favor del principio de indeterminación. Y dicho sea, con la firme oposición de Einstein que defendió la causalidad hasta su muerte.

La negación de la causalidad choca contra el sentido común, pero encaja en los postulados de la física atomista con la noción de causa que rige en la física moderna a partir de Galileo. Antes de él, la noción de causa tiene por motivo dar razón de las cosas mismas; pero, después, la noción de causa da razón de variaciones y desplazamientos en tanto que son susceptibles de medida y expresión matemática. Y con ello, la física moderna renunció a explicar la naturaleza ontológica del cambio, para limitarse a dar una razón mensurable del movimiento.

Así, la causalidad también sufre una profunda transformación en el ámbito científico y técnico dada la enorme influencia del mecanicismo, que se transforma más con la física cuántica, al quedar instalada en la sospecha permanente con los paradigmas del mecanicismo estadístico.

En lo referente a los accidentes de tráfico se aprecia un uso frecuente del "factor de riesgo" en el sentido de elemento hacedor o concausa, no propiamente como una causa eficiente, sino más bien en el sentido de la permanente sospecha típica de la macroinvestigación epidemiológica de accidentes, atrapada en el fangoso terreno de la hipótesis deducida de la probabilidad estadística, y con graves problemas metodológicos en la obtención de los datos.

También es frecuente el uso de causa desencadenante para referirse a la causa eficiente y el de causas contribuyentes para otras que se consideran han participado en el accidente. Con el mismo sentido también hay quien denomina factores desencadenantes y factores contribuyentes. Asimismo se utilizan los términos de causa inmediata para referirse a la causa eficiente, y causas mediatas para los que otros denominan causas o factores contribuyentes.

En fondo de esas nociones de causa se encuentra la noción genérica: aquello de lo cual procede lo causado (el efecto) de modo especifico. Ahora bien, ello no significa que cuando se habla de las causas de los accidentes se tenga el mismo concepto y se entienda o refiera a la misma entidad, porque en la especificidad del modo es cuando se confunden las cosas.

Con el fin de paliar la deplorable situación de la metodología científica mecanicista, en el primer tercio del siglo XX se gestó la teoría general de los sistemas, en un intento de lograr una metodología integradora para el tratamiento de los problemas provocados por los paradigmas mecanicistas y la hiperespecialización científica. Su meta no es buscar analogías entre las ciencias, sino más bien evitar la superficialidad científica que las ha estancado, proporcionando un nuevo paradigma científico que supere la perspectiva analítica típica del mecanicismo, insuficiente para la biología y otras especialidades entonces emergentes.

En las perspectivas holistas, que consideran el todo y las partes, las totalidades organizadas se encuentran en un nivel que supera a la mera suma de las partes. Se considera a los sistemas como compuestos de elementos pero con un matiz importante: que siempre se tiene en cuenta la interdependencia de los elementos en el todo.

Un sistema así concebido se entiende como un conjunto de elementos relacionados entre sí funcionalmente de modo que cada elemento es función de algún otro, no se dan los elementos aislados ni superfluos. Por eso, el sistema no resulta de la adición de los elementos como simples partes, pues cada elemento tiene una función que está coordinada con las funciones de los otros. La organización estructural desempeña así una función esencial.

El enfoque de la teoría general de los sistemas permite obtener una síntesis entre la perspectiva mecanicista típica de la ciencia clásica, de tipo analítico y centrada en los elementos componentes y en su agregación, y la perspectiva global y finalista, de tipo sintético, en la que las propiedades de conjunto desempeñan una función decisiva.

La perspectiva sistémica así entendida puede situarse metodológicamente si se utiliza como modelo, y, ontológicamente si además hace referencia a la articulación de la realidad que estudia.

Dado que las funciones adquieren un papel preponderante en esa teoría general, con ella resurge la noción de causa que da razón de las cosas mismas, puesto que hay que explicar para qué son las cosas que hay en el Universo. Así, mientras el mecanicismo se atiene a la causa eficiente y a una causalidad lineal, la perspectiva sistémica precisa la causa final y se atiene a la causalidad circular. Lo que nos conduce a la concepción y clasificación aristotélica que en síntesis dice así:

• La causa eficiente: el principio del cambio.
• La causa material: aquello de lo que algo surge o por lo que algo llega a ser.
• La causa formal: la idea o el paradigma.
• La causa final: el fin, la realidad hacia la cual algo tiende a ser.

Encuadrándolas en la perspectiva sistémica de la teoría general, la causa final (la realidad hacia la cual algo tiende a ser) se identifica con la función, tanto del sistema como la de cada uno de los elementos que actúan relacionados funcionalmente.

La causa material (aquello de lo que algo surge o por lo que algo llega a ser) se identifica con la estructura y la organización del sistema, es decir, sus elementos, las relaciones funcionales y sus efectos, las interacciones que se producen en el funcionamiento.

La causa eficiente (el principio del cambio) se identifica con los cambios en las condiciones estructurales, los elementos y la organización del sistema, puesto que es lo que modifica las relaciones que actúan en su funcionamiento.

Como es obvio, la identificación de esas causas y sus relaciones va a depender muy mucho de las causas formales, es decir, de las ideas, paradigmas o modelos que se tengan sobre ese sistema y su correspondencia con la articulación de la realidad, es decir, del desarrollo y la precisión de un modelo o teoría fundamental sobre ese sistema que contenga las pautas que lo configuran y gobiernan, que además permite planificar la metodología especifica, tanto para controlarlo como para investigarlo.

En definitiva, la complejidad y la heterogeneidad que supone el todo y las partes plantea la necesidad de nociones causales ontológicas, precisas y reconocibles como son las aristotélicas. También impone ir aceptando que en la génesis de muchos fenómenos subyace una causalidad plural, compleja y heterogénea como es la circular, que no es sencilla de manejar a las primeras de cambio cuando se está acostumbrado a la causalidad lineal típica del mecanicismo.

Queda claro que el fenómeno final y el funcionamiento de un sistema siempre es el efecto de las relaciones funcionales entre los elementos de su estructura y el modo en el que están organizados. Y que un cambio o insuficiencia en éstos conlleva un cambio o insuficiencia en las relaciones que a su vez modifican el funcionamiento y, por lo tanto, el fenómeno final.

Por otro lado, J. Stannard Baker (1), al referirse a las causas de los accidentes dice así:

"Para evitar situaciones cruciales que pueden conducir a daños o lesiones, será necesario que en los elementos de la trilogía carretera-hombre-vehículo se realicen determinadas operaciones [funcionales]. Las operaciones [funcionales] que fallan y conducen al accidente son factores operativos [causales] de dicho accidente."

Por lo tanto, en la noción holista y funcional en la que podemos distinguir lo que es y sucede en el tráfico y sus accidentes, no queda más que opción que atenernos a la teleología que exige la teoría general de los sistemas, es decir, a la noción de Aristóteles y los Escolásticos, explicar por causa final: por la realidad hacia la cual algo tiende a ser.

Así, y tal y como en tráfico entendemos a la velocidad, no es otra cosa que un parámetro que expresa una dimensión geométrica (en el contexto espacio-tiempo) del movimiento de traslación, que a su vez también indica el efecto del tamaño de ese movimiento: la distancia que se recorrerá en una unidad de tiempo.

Dado que el movimiento de traslación es el efecto propio del sistema de tráfico, la velocidad es un parámetro geométrico del fenómeno funcional de ese sistema, que se produce funcionando equilibradamente tanto dinámica como cinemáticamente. Pero en tráfico no cabe hablar de cinemática prescindiendo de las causas, puesto que la geometría del movimiento en este sistema es causada, es decir, que el fenómeno funcional es consustancial al equilibrio geométrico que, al igual que el dinámico, es causado de propósito porque es una pauta constante: una ley impuesta por la Naturaleza para que el sistema pueda funcionar.

Pero el valor de la velocidad no nos dice si tales equilibrios existen o no, porque un parámetro geométrico no indica relaciones absolutas, está condicionado por el sistema de referencia que se emplee. Por ello la velocidad en sí misma no indica otra cosa que el tamaño del movimiento de traslación y el efecto que producirá si se mantiene.

Ello se verifica en la vida cotidiana fácilmente. Por ejemplo, una caja que no cabe en el hueco de una estantería, ¿qué es lo incorrecto, la caja o el hueco? Si empleamos la caja como referencia será el hueco, pero también podemos hacerlo a la inversa. En realidad sólo podemos decir que existe una desadaptación geométrica, sus causas se encuentran en el fallo del sistema que pretendía colocar la caja sin saber si las condiciones de ambos elementos se adaptaban o no, esto es, sin verificar (o sin la capacidad de saber) si existía o no una relación funcional entre ambos.

Luego, cuando hablamos de la velocidad lo hacemos de la dimensión geométrica a la que se está produciendo el fenómeno funcional o en su caso el accidental, pero de nada más que de eso.

Dado que la estructura y la organización funcional del sistema son las que equilibran su funcionamiento. Es la incoherencia o fallo en esa estructura física y en su organización funcional en donde se encuentra la causa final, material y eficiente de un desequilibrio del movimiento o mal funcionamiento y el fenómeno físico accidental que se genera. Por lo tanto, un parámetro geométrico (las dimensiones de la caja) como es la velocidad, no puede ser causa final, material ni eficiente del mal funcionamiento o desequilibrio del movimiento en el que aparece el fenómeno accidental (la caja no cabe en el hueco de la estantería).

Y ello se verifica lógicamente porque el movimiento geométricamente desequilibrado o mal funcionamiento (que es lo que constituye la velocidad excesiva e inadecuada a las condiciones existentes), no puede ser causa final, material ni eficiente de sí mismo, del movimiento geométricamente desequilibrado o mal funcionamiento. Sino que sigue siendo una consecuencia de la acción conjunta de los elementos del sistema, de alguna incoherencia, fallo o deficiencia en la estructura y en la organización funcional, que altera las relaciones funcionales y los efectos de éstas, produciendo en este caso un fallo en la estimación de la velocidad de funcionamiento o tamaño del movimiento de traslación.

Aún queda más sólida la afirmación por el hecho de que es imposible disociar el fenómeno funcional del correcto funcionamiento del sistema, como también lo es separar el fenómeno accidental del mal funcionamiento. Y la disyunción es imposible material y lógicamente, porque el fenómeno funcional no es consecuencia o efecto del correcto funcionamiento, sino consustancial a él, porque no puede darse lo uno sin lo otro. Asimismo, el fenómeno accidental es consustancial al mal funcionamiento, porque un accidente no puede existir sin un desequilibrio del movimiento (geométrico y dinámico) o mal funcionamiento, que es siempre un consecuente lógico y un efecto material del fallo (causa final, material y eficiente) en las condiciones de la estructura y en la organización funcional del sistema.

Luego, es imposible establecer y, por tanto, sostener, una relación de causa-efecto entre la velocidad y los accidentes, ni en sentido general ni en particular, porque entre la causa y el efecto, la velocidad, es simplemente la dimensión geométrica del cambio o movimiento.

La relación causa-efecto existe en todos los sentidos entre la configuración funcional del sistema y la velocidad de su funcionamiento. Si fallan las relaciones funcionales al establecer la velocidad de funcionamiento que permiten las condiciones de la estructura en ese momento, el funcionamiento será incorrecto porque está desequilibrado. Momento en el que pueden generarse fenómenos accidentales en un último proceso de claros rasgos estocásticos, del que habría que hablar más detenidamente.

Por lo tanto, si existen correlaciones estadísticas respecto a la velocidad y la accidentalidad, lo único que cabe concluir es que: o bien la velocidad de funcionamiento (el tamaño del movimiento) no es la que soportan las condiciones de configuración del sistema para mantenerlo equilibrado; o, que esas condiciones no son suficientes para mantener equilibrado el tamaño del movimiento (la velocidad de funcionamiento) con el que se hace funcionar el sistema.

Si surge la tentación de afirmar que los usuarios son los que fallan al estimar o decidir la velocidad de funcionamiento para las condiciones de configuración, reafirmamos que materialmente sólo ellos pueden fallar. Sin embargo, cuestión bien distinta es que sean los causantes finales y eficientes del fallo, porque pueden no serlo en absoluto. Este asunto, al igual que el anterior, requiere un examen más detenido y extenso del que podemos dedicar en estas paginas.

Suponer una relación causal entre la velocidad y los accidentes, es un desorden lógico (de los tantos que existen en cuestiones de tráfico) que impide percibir la realidad, y en consecuencia, dirigir los esfuerzos hacia las verdaderas causas de los terribles accidentes de tráfico.

O avanzamos en investigación teórica, o es imposible avanzar en la funcionalidad y la seguridad del tráfico viario, porque sin teoría es difícil (por no decir imposible) conformar la metodología para conseguirlo. Las ideas que no contemplan la realidad del sistema (las pautas que la Naturaleza impone en su configuración y funcionamiento), no hacen más que crear y mantener disfunciones, y con ello, el nivel de fallos en su funcionamiento cotidiano.

Pero, dado que la investigación teórica depende en gran parte de la reflexión y la observación de la realidad (del hombre, el Universo y las cosas que contiene), por el momento lo tenemos crudo, porque esa actividad no está muy moda que digamos.

“…lo-que-es, es, y, lo-que-no-es, no es, eso es la verdad.” (Aristóteles).




Notas.

1. "Traffic Accident Investigator's Manual for Police". J. Stannard Baker, The Traffic Institute, Northwestern University, Evanston, Illinois. 1957. Edición al español, Dirección General de la Jefatura Central de Tráfico. Madrid. 1970.
2. "Validez del calculo de velocidad por deformaciones". Víctor Irureta. Seguridad Vial, www.seguridad-vial.com. 2002.

12 mayo 2007

Los Ayuntamientos y la seguridad vial

Pese a que muchos siguen pronunciándose rotundamente sobre las causas de la siniestralidad viaria con creencias y suposiciones, sin reparar en la poca consistencia de sus afirmaciones, porque esas causas aún no se han investigado como hay que hacerlo para saberlas con acierto, los hechos también siguen mostrando cuál es la realidad viaria. Porque la realidad es tozuda y se muestra como es, por muchos que sean los que se empeñen en afirmar otra cosa.

Cuando se repiten y concentran fenómenos físicos violentos (accidentes y víctimas) en un punto o tramo viario (punto negro), es porque sus causas finales son defectos en las condiciones de los elementos artificiales estáticos, o sea, fallos en las condiciones de la vía, en su entorno, en los objetos que se instalan en ella, en la señalización, en el balizamiento, en el alumbrado, en las normas de circulación, etc.

Claro, que a la mayoría de las personas les es difícil explicar coherentemente cómo provoca accidentes de tráfico una norma mal redactada; un semáforo oculto, mal regulado o mal ubicado; una señal oculta, mal diseñada, mal colocada o incoherente; una marca vial tardía o imperceptible; la falta de balizamiento o su mala ubicación; una recta, cruce, curva o rotonda mal diseñada o mal conservada; una señalización informativa ineficaz, inexistente o tardía; o los objetos que se instalan en las vías, tales como árboles, buzones, carteles publicitarios, papeleras, contenedores y muchas más cosas. Pero, para eso estamos los accidentólogos. Y si bien es cierto que en España jamás hemos tenido tantos expertos en accidentología como hay ahora, también es cierto que jamás hemos tenido a tanta gente que no ha investigado un accidente en su vida dando clases y otorgando títulos de experto en accidentología, sin rubores ni complejos.

La verdad es que somos muy pocos los que sabemos algo de esto, y en general no se atiende mucho a nuestras indicaciones, se atiende mucho más a los pseudo-científicos, que, con sus estudios alquímicos, generalmente basados en presunciones y procedimientos que no pasan una mínima crítica metodológica, plantean soluciones filosófales, tales como reeducar a los 6 000 millones de habitantes de este planeta, para que nos adaptemos a no sabemos qué, pues no definen nada con claridad y coherencia; o haciendo rocambolescas operaciones estadísticas por las cuales se afirma que por cada km/h que se reduzca la velocidad se salvarán miles de vidas, aunque no se de ni se halle explicación física coherente que echarse a la boca y sea digerible por las neuronas.

No se imaginan la cantidad de estudios que hay acerca de la percepción del riesgo por parte de los usuarios, pero, sin definir lo que es riesgo en el sistema viario; y claro, si sus autores ya no saben definir de qué estamos hablando cuando se refieren al riesgo viario, difícilmente van a poder explicarnos cómo lo perciben los usuarios.

Más peor aún, lo que es físicamente la seguridad viaria estaba sin definir hasta que un servidor, tras varios ensayos, escribió una definición física de "Lo que es riesgo y seguridad en el sistema viario" (1). Sin embargo, en este mundo hay hasta catedráticos de seguridad vial sin definir en qué consiste físicamente la materia de su cátedra, ni cuál es el modo de materializar lo que es físicamente la seguridad viaria, porque, claro, es imposible hacerlo si antes no se sabe y se define físicamente lo que es eso.

Pero sigamos con lo indicado en el título. Los hechos muestran descaradamente que el 80% de los muertos de las carreteras de España se producen en la red secundaria y en la red local, es decir, que cuando los fenómenos físicos violentos (accidentes y muertos), se repiten y concentran en la red secundaria y local, pese a que soportan mucho menos tráfico y a menos velocidad que la red principal, es que los fallos que los producen se encuentran principalmente en las condiciones de los elementos artificiales estáticos de la red secundaria y local, o sea, fallos en las condiciones de la vía, en su entorno, en los objetos que se instalan en ella, en la señalización, en el balizamiento, en el alumbrado, en las normas de circulación, etc. Fallos que hay que detectar y explicar metro a metro para poder solucionarlos, mejorando la seguridad aprovechando los recursos e inversiones que dispone la Sociedad para poder hacerlo; porque eso, aumentar la seguridad, es lo que realmente hace disminuir los accidentes, las víctimas y su gravedad.

Todo eso es en carreteras, pero la siniestralidad urbana es la gran desconocida en España. Los datos que se pueden ver en las memorias de las policías locales de una provincia, sobrepasan las cifras de la siniestralidad urbana en los registros de la DGT sobre esa misma provincia, indicando que la realidad urbana puede ser más de diez veces superior a los datos que le llegan a la DGT, en coherencia con los registros de las aseguradoras.

Si la responsabilidad de la seguridad de la red secundaria se reparte entre el Estado, las Comunidades Autónomas y las Diputaciones Provinciales, los Ayuntamientos ostentan en exclusiva la responsabilidad y la obligación de actuar sobre la seguridad de la red local de carreteras y caminos, y de las calles, plazas y avenidas.

Y que los elementos artificiales estáticos, la vía, su entorno, los objetos que se instalan en ella, la señalización, el balizamiento, el alumbrado, etc., actúan de modo determinante sobre la seguridad y la siniestralidad del movimiento de los peatones y vehículos (elementos dinámicos), es un hecho que no entra en el ámbito de lo que es científicamente opinable en materia de accidentología y seguridad vial. Claro, que, ¿acaso importa?

1. Galardonado con el Premio Nacional AIPCR 2007 Construcción, mantenimiento y explotación de carreteras, a la excelencia profesional en los campos científico y técnico.

20 abril 2007

Los auténticos culpables

La relación entre el señalizador y los usuarios se basa en la confianza, el señalizador no puede mentir.
Pero en este caso los auténticos culpables son los que han hecho la carretera, que han metido una rotonda y no han puesto las curvas que dicen las señales.



Lo del panel direccional del fondo es culpa del fabricante, que le ha puesto patas y se va corriendo para la derecha.
La falta de balizas diurnas y nocturnas es culpa de la agencia de viajes, que les ha hecho una oferta y se han ido al Caribe.
Y lo de la cuneta bien inclinadilla, con un ridículo arcén y bordillo final (para hacer tope y que vuelque antes, o si es moto que aterrice de costalada suprema), es culpa del agua y los geranios, que se comen el asfalto.
Por cierto, ese tramo es de doble sentido, imagina el desasosiego que tiene que pasar uno que vaya con un dos ruedas junto a la cuneta guay que le han dejado.

16 abril 2007

Políticas de seguridad vial: ¿cuáles son sus fundamentos?

Nota. Es un apartado de las conclusiones del I Congreso Internacional de Accidentología Vial, celebrado en España en 2005.

Políticas de seguridad vial: ¿cuáles son sus fundamentos?

La mesa que daba respuesta a la cuestión, debatía sobre al carnet por puntos que se va a implantar próximamente en España. Fue imposible acotar el grado de certeza de las opiniones que se expusieron, tanto por los miembros de la mesa como por los asistentes, y fueron muchas. No hubo modo de concluir sobre la efectividad concreta de la medida para mejorar la seguridad vial, al no poder explicar el modo físico y funcional en el que actuará para conseguirlo. ¿Por qué?

El carnet por puntos ya ha sido impuesto en otros países, en ninguno de ellos se ha demostrado que la medida haya servido para mejorar la seguridad del tráfico. Las conjeturas en torno a los movimientos estadísticos que han pretendido afirmar su efectividad no han sido demostradas, pero, además, las conjeturas han quedado invalidadas al aumentar los accidentes y las víctimas, estando implementada la medida mucho antes de producirse el aumento, incluso habiéndole atribuido reducciones anteriores (por ejemplo: el caso de Francia).

La decisión de implantar la medida en España, al igual que ha sucedido en los países en los que ya ha sido impuesta, no está justificada científicamente, ni su viabilidad y efectos han sido valorados con dictámenes técnicos respecto a lo que es física y funcionalmente la seguridad vial activa (que es el resultado de asegurar física y funcionalmente las interacciones que mantienen el equilibrio del movimiento de personas y vehículos).

Y la medida no puede estar fundada en un conocimiento científico sobre las causas de la accidentalidad, porque aún nos encontramos en la situación que puso de manifiesto la Comisión Europea en el Libro Blanco del transporte en la UE:

"La explotación de las investigaciones realizadas con motivo de los accidentes plantea un problema [que habitualmente no se investigan las causas de los accidentes]. En la actualidad, el objeto principal de las investigaciones [realizadas por la policía, peritos y otros] diligenciadas por las autoridades judiciales o las compañías de seguros es la reparación de los perjuicios causados por los accidentes y la determinación de las responsabilidades, en aplicación de códigos establecidos por el legislador. Sin embargo, estas investigaciones no pueden sustituirse a la necesidad creciente en Europa y Estados Unidos de disponer de investigaciones técnicas independientes [hubiera sido más propio decir científicas], cuyos resultados se orienten hacia las causas de los accidentes y los medios de mejorar la legislación [y la seguridad vial]."

De ello se deriva la falta de ciencia en la justificación del carnet por puntos, y la imposibilidad de predecir y explicar la acción que puede ejercer en la seguridad vial. Pero esa incertidumbre lo es en todos los sentidos, pues tampoco es fácil predecir los efectos perniciosos no deseados que puede producir, en la Sociedad y en el funcionamiento del tráfico.

Con el razonamiento científico la acción posible del carnet por puntos está condicionada, pues si no actúa sobre las causas de los accidentes (premisa), poco puede mejorar la seguridad vial (conclusión).

Y la pregunta sigue sin respuesta: ¿Sobre qué causas actúa el carnet por puntos?

La cuestión final sobre la que hay que concluir, es que las políticas de seguridad vial tienen que fundarse necesariamente en ciencia, y en dictámenes técnicos sobre la viabilidad y eficacia de las medidas que contengan, con expresión de los efectos no deseados que se puedan prever, pues si no actúan sobre las causas de los accidentes (sobre lo que provoca el fallo físico y funcional de las interacciones que equilibran el movimiento), no cabe esperar que mejoren la seguridad vial activa (que aseguren física y funcionalmente las interacciones que mantienen el equilibrio del movimiento de personas y vehículos).

Sin embargo, las acciones de políticas infundadas y sin valoración técnica suficiente, pueden causar efectos perniciosos no deseados en la Sociedad y hasta en la propia seguridad vial, dado que las acciones que contienen no están técnicamente controladas y sus efectos son impredecibles.

El discurso que da razón de las cosas (Logos) y el sentido de la prudencia, son imprescindibles en las acciones con efectos sobre la seguridad de las personas o seguridad pública, de la cual, sin duda, forma parte la seguridad vial.

Seguridad implica posibilidad de predicción, y eso es lo que proporciona la ciencia y la técnica, frente a la inseguridad, la incertidumbre y la aventura que conlleva la conjetura, la opinión, la pseudociencia y la pseudotécnica.

”Lo que distingue al profesional del lego es la posesión de un conocimiento especializado.” Sandro Rocci.

La Sociedad confía en que aquellos que actúan y deciden sobre un sistema técnico de uso social demostradamente peligroso como es el tráfico viario, saben lo que hacen porque se lo permiten sus conocimientos, o en su defecto, que han sido asesorados adecuadamente antes de tomar decisiones que afectan a la funcionalidad y a la seguridad de ese sistema.

Que las políticas de seguridad tengan que fundarse en ciencia, no sólo es cuestión de efectividad, que ya es determinante, porque si se funda en fantasías y en apariencias no va a funcionar, sino que también es cuestión de ética y de responsabilidad social, porque toda actuación técnicamente descontrolada y con efectos imprevisibles, es un experimento descontrolado que convierte a las personas en cobayas.

Por último, si no se fomenta y se lleva a cabo la investigación científica de la inseguridad vial y los accidentes, es difícil que las políticas de seguridad puedan fundarse en ciencia, ni que la técnica pueda valorar la efectividad real de las medidas que contengan. Y este es el hecho final al que hay que atenerse para decidir y valorar las estrategias políticas más inmediatas y necesarias.

En definitiva, para poder mejorar la seguridad vial, lo primero que se impone por necesidad, es fomentar la investigación accidentológica en todos los sentidos: para poder prevenir hay que saber qué hacer, por qué se hace, cómo hacerlo y para qué.


Síntesis.

1. La seguridad vial activa es el resultado de asegurar física y funcionalmente las interacciones que equilibran el movimiento viario de personas y vehículos (un asunto de la técnica). Y las causas de los accidentes, aquello que provoca el fallo físico y funcional de las interacciones por las cuales funciona el sistema equilibrando el movimiento (una cuestión científica).

2. Como constató la Comisión Europea en el Libro Blanco del transporte en la UE, aún no se han investigado suficientemente las causas de los accidentes. Por lo tanto, gran parte de las medidas que se adoptan en las políticas de seguridad vial, no pueden estar fundamentadas en el conocimiento de las causas de la accidentalidad, sino en opiniones y conjeturas a cerca de lo que pueden ser esas causas, y no pocas veces sin ajustarse a las concepciones científicas de lo que es causa o no lo es.

3. Tal es el caso del carnet por puntos adoptado en varios países. Lo único tangible que se puede predecir acerca de esa medida, es que resta puntos de los permisos de conducir. Dado que no se ha demostrado, ni se halla explicación sobre el modo físico y funcional en que la medida asegura o mejora las interacciones que equilibran el movimiento viario de personas y vehículos.

4. Toda política de seguridad, y con mayor motivo cuando actúa sobre un sistema técnico como es el tráfico viario, tiene que fundamentarse en ciencia y en dictámenes técnicos sobre su viabilidad y efectos previsibles. Porque ello es lo que exige la realidad, el sentido de la prudencia, la ética y la responsabilidad social, al actuar sobre aquello que afecta a la seguridad de las personas y al funcionamiento de la Sociedad. Y no son sólo condiciones propias e inherentes a las políticas de seguridad, sino a todas las actuaciones que produzcan efectos sobre la funcionalidad y la seguridad del tráfico viario, porque el hecho que lo impone es inexorable: que sin saber no se puede prever lo que resultará. Actuar a la aventura no puede considerarse propio de una política de seguridad ni de una actuación técnica correcta, porque física y funcionalmente es una contradictoria contraposición, que según momentos y circunstancias hasta puede ser una temeridad por los efectos perjudiciales descontrolados que puede provocar.

5. Para que las políticas de seguridad vial puedan ser eficaces, dependen de los conocimientos de las causas de los accidentes y las víctimas; de las causas de los accidentes y víctimas que se concentran en puntos y tramos viarios (puntos negros y TCAs); y de aquello que provoca el riesgo de causar accidentes y víctimas (auditorias e inspecciones de seguridad vial).

6. En conclusión, el primer paso de una política preventiva eficaz, es fomentar la investigación accidentológica que precisa la Sociedad: para poder prevenir, antes hay que saber cómo y por qué.

11 abril 2007

La PDA de la DGT

Ante la demostración (otra más) de esta Semana Santa, de que el carné por puntos, los radares automáticos y las campañas de los creativos, no sirven para mejorar la seguridad activa (el equilibrio del movimiento de personas y vehículos, que es lo que evita los accidentes), ni para mejorar la seguridad pasiva (las medidas en vehículos, calles y carreteras que disminuyen las víctimas y su gravedad en caso de accidente), en la DGT se les ha ocurrido una solución, ¡comprar una PDA!

Y se la van a cargar los agentes de la Guardia Civil, que van ir PDA en ristre denunciando todo lo que se mueva, antirreglamentariamente, claro.

Además, ello implicará, probablemente, modificación legislativa para agilizar las ráfagas de datos de la PDA, a fin de sacarle los puntos raudo y veloz al interfecto antirreglamentario, y, además, pasarle a toda pastilla la notificación de la sanción pecuniaria. Como es de recibo, todo esto será respetando escrupulosamente la seguridad jurídica que proclama la Constitución, porque España es un Estado de Derecho, y, por lo tanto, que los tribunales estén tranquilos, que no les van a llover tropecientasmil demandas por las ráfagas de la PDA.

No se sabe si con el proyecto PDA va a suceder como con el proyecto ARENA, METRAS y otros similares, que servir, lo que se dice servir, pues aún no sabemos si sirven, salvo, eso sí, que la fase I+D cuesta como si sirvieran. Y es que tampoco sabemos cómo una PDA evita accidentes equilibrando el movimiento de personas y vehículos (seguridad activa), ni cómo minimizará la acción de la energía para que las lesiones no sean tan graves en caso de accidente (seguridad pasiva). Claro, que puede que venga explicado en el manual de instrucciones, esperemos que el manual venga en español, porque como venga en chino, la llevamos clara.

Sí sabemos que la presencia de los agentes de la Guardia Civil, es eficaz para disuadir y controlar a los cuatro zumbaos que van haciendo el tonto por las carreteras, lo cual puede evitar algunos accidentes. Pero la mayoría de los accidentes no se producen porque la mayoría de las personas vayan haciendo el tonto por las carreteras, y por lo tanto, no los pueden evitar los agentes de la Guardia Civil, ni con PDA, ni sin ella.

“Y los aumentos de accidentes y víctimas que se produzcan estando implantado el carné por puntos, ¿los atribuirán al modo de ser y comportarse de las personas, sin explicar ni justificar cómo y por qué lo afirman, y sin tener un conocimiento fundado y demostrado de las causas de los accidentes, como han hecho en otros países, insistiendo en la necesidad de mayor rigor con las denuncias para lograr más eficacia preventiva con la medida (aumentando la pirámide y la saturación)?”1

1 - Del artículo Carné por puntos, ¿fantasía o realidad?, publicado en el Diario La Verdad, en Periodista Digital y en otros sitios, como este blog, en junio de 2006.

10 abril 2007

En trafico solo sirve la verdad

Mientras los muertos sean de verdad, como los más de cien muertos de esta Semana Santa, en tráfico sólo servirá la verdad. Creencias, opiniones, especulaciones, fantasías, falacias, nada de eso sirve.

El carné por puntos no se basa en la verdad, ni sobre las causas de la siniestralidad, ni sobre las causas de la seguridad. Y no se ha explicado cómo facilita o estabiliza el equilibrio del movimiento de personas y vehículos (la seguridad activa), ¿por qué iba a servir, si en tráfico sólo sirve la verdad?

11 marzo 2007

Los bolardos y la filosofía del pollo.

Si ronroneas por Internet verás que hay mogollón de controversia con el bolardeo nacional, y que, curiosamente, en esto hay división de opiniones entre los políticos (qué raro, verdad).

Por ejemplo, hay ayuntamientos gobernados por el PP, en los que el PSOE pide que quiten los bolardos; y los hay gobernados por el PSOE, en los que el PP dice que hay que quitarlos. También sucede con otros partidos. Debe ser que la corrección política de estos pirulís urbanos, es en función de si se está gobernando o en la oposición. Incluso se han oído promesas electorales al respecto, que tiene tela, porque el asunto de los bolardos no es cosa de políticos. Y dirás tú: ¿y por qué no?

Pues, resulta que los bolardos de marras son elementos que componen y actúan en el sistema viario, que es un sistema técnico, y por lo tanto, no es cuestión de política sino de técnica.

Y cualquiera que se dedique a meter la mano en los elementos del sistema viario sin saber, mete la pata hasta las cejas, pues afecta a la funcionalidad del sistema, y a lo que aún es peor, a la seguridad de las personas que transitan.

Por eso no se puede meter la mano en calles y carreteras sin saber lo que se está haciendo, dado que puedes fastidiar el invento con tus creencias y suposiciones (aunque sean con muy buena intención), y que alguien se mate o resulte con lesiones muy serias (qué gracia).

Aunque meter la mano en los elementos del sistema viario, y decir muy resueltamente como tienen que ser, sin tener ni idea de lo que se habla, practicando la filosofía del pollo (po llo creo que…), es quizás el primer deporte por cantidad de practicantes, en competencia con la cantidad de seleccionadores nacionales por metro cuadrado que tiene la selección española de fútbol.

Con esto del bolardea que algo queda, no hace mucho salió en prensa que una joven viuda de Elche está haciendo campaña para quitar los borlados en esa ciudad, dado que su marido murió al golpearse contra uno de estos pirulís de acera.

Se sabe que estos pirulís (de hierro fundido y otros materiales consistentes), han enviado al otro mundo a unos cuantos y han causado lesiones muy graves a otros (tanto como paraplejías). Y este es, junto a la rotura de coches en plan industrial (que tiene sus costes sociales y su consumo inútil de recursos naturales), el principal argumento que emplean sus detractores, sin olvidar los castañazos que se han metido y se meten los peatones, que también duelen y dejan secuelas, y hasta hacen graves daños. Imaginar un rodillazo y posterior caída en una persona mayor que se valía para hacer su vida, y que después de esto, puede quedar bastante inmovilizada y pasar a ser dependiente por virtud del pirulí callejero, por no hablar de las consecuencias fatales que pueden conllevar para una persona mayor quedar en esa situación.

Pero, frente a la contundencia de los hechos (y de los bolardos), la principal respuesta que se les ofrece a sus detractores es prácticamente la misma en todas partes: que los bolardos son para la seguridad del peatón (pues oye, menos mal).

Eso sí, sin explicaciones que justifiquen la afirmación, lo cual deja a sus defensores flotando en el aire, pues los detractores se apoyan y esgrimen hechos adversos muy graves. Y ante los hechos no valen argumentos, y menos aún la filosofía del pollo, (po llo creo que…).

Pero (siempre hay algún pero maligno), resulta que en esto del sistema viario, el tráfico y demás líos callejeros y carreteros, existen fundamentos teóricos, conceptos, principios y demás juergas racionales y materiales, aunque los filósofos del pollo los ignoren y sigan con su consabida formula todológica que sirve para todo (po llo creo que…).

Existe un concepto llamado seguridad pasiva, que consiste en hacer las cosas de modo que si alguien sufre un accidente a pie o en vehículo, resulte ileso o con las lesiones más leves posibles, aunque eso está limitado por el estado de la técnica y las condiciones de la Naturaleza.

El truquito de la seguridad pasiva consiste en hacer las cosas de modo que no actúe violentamente la energía que poseen los cuerpos por virtud de su posición y su movimiento, y si lo hace que sea con la menor eficiencia posible. Con esta idea, aplicada a los vehículos, a las calles y a las carreteras, se han salvado y se salvan muchas vidas diariamente, y más que se salvarán, sin olvidar a los heridos recuperables, disminuyendo así los inválidos.

Claro, que en aquellos sitios en donde pasan olímpicamente de los rollos teóricos y metodológicos del sistema viario y de sus funciones en la Sociedad, de la seguridad pasiva y de la seguridad activa (otro rollazo conceptual que evita accidentes), pues resulta que (como es lógico y previsible) los accidentes y las víctimas se mantienen o suben, frente a la tendencia que se viene produciendo en las carreteras europeas desde hace más de quince años. Esa tendencia consiste en que hay más tráfico (mogollón más), a mayor velocidad media, pero con menos accidentes y menos muertos, esos son los hechos pese a que la pseudo-ciencia dice muchas bobadas al respecto, eso sí, con énfasis y solemnidad (es que da empaque, sabes).

En definitiva, que el bolardeo nacional sólido y consistente, no es cosa que se ajuste a lo que es la técnica viaria, ni a las funciones del sistema viario en el funcionamiento de la Sociedad, ni a la seguridad de las personas, ni a una gestión racional de los recursos naturales, ni a lo que interesa a la economía de la Sociedad, que todo esto es producto de la filosofía del pollo (po llo creo que…) aplicada al sistema viario y a su gestión. Las pretendidas funciones de los bolardos pueden lograrse con elementos y medios que no causan la muerte ni lesiones graves a las personas, y respecto a eso no hay más para discutir.

Además habría que hablar de para qué ponen los bolardos en sitios adonde no hay problemas; o peor, adonde no puede haberlos o que aún poniéndolos son inútiles. Y qué decir de los criterios con los que se instalan en la calles, porque cuando te ves un bolardo junto a un árbol, una señal o una farola, te quedas con las neuronas colgando, y ya se te caen al suelo cuando ves una batería de bolardos justo en la esquina a la que irán a parar los vehículos y sus ocupantes en caso de colisión en el cruce (será peor el golpe contra los bolardos que el impacto entre los vehículos, en todo caso el segundo será además del primero, para fastidiar más), o cuando a la salida de un puente te ves una isleta con un árbol y dos señales con poste metálico bien sólido y resistente, isleta en la que no cabe ni un Smart puesto de pie, y encima le meten cuatro bolardos de hierro fundido.

Y dices, ¿será para proteger el árbol del ataque de los usuarios invasores que por cualquier motivo se salga de la vía o se caiga a la salida del puente?

Pero no, es cosa de la filosofía del pollo, que es todológica y como el Universo, que no se conocen sus limites.

19 febrero 2007

La seguridad pasiva DE las rotondas

Crónicas viarias postmodernas.

Madrid, Enero de 3957 dC.

Hoy, cualquiera sabe que la seguridad pasiva consiste en hacer las cosas de modo que la gente salga viva y entera si sufre un accidente. El desarrollo del concepto de seguridad pasiva (pensar en el prójimo…), y su posterior materialización en los elementos artificiales del sistema viario (hacer con método y finalidad…), fueron determinantes para lograr la seguridad viaria que hoy nos parece “tan normal”. Pero no siempre fue así.

En esta crónica se muestra uno de los conceptos de seguridad pasiva que se aplicaron en España hasta bien entrado el siglo XXI. Fue en los albores de la técnica viaria, apenas hacía un siglo que habían incorporado los vehículos auto-impulsados al sistema viario, y no habían muchos conceptos sólidos sobre cómo tenían que ser las cosas; peor aún, no tenían muy claro ni para qué. Y a los pocos conceptos claros que existían, había quien no les hacia ni pastelero caso, imperando el liberalismo conceptual puro (vamos, un desmadre conceptual de narices).

Con tanta liberalidad conceptuando, surgieron las corrientes, las modas, lo “in”, lo “out”, lo “carca”, lo “progre”, y otras bobadas por el estilo. Encima se producían cismas y ramificaciones, y sin saber en base a qué; peor aún, ni para qué. Un sin sentido atroz, de ahí que la crónica viaria de aquellos días sea una coña marinera, porque no hay manera de explicar las cosas de modo que se entiendan.

Los arqueólogos viarios afirman que en este periodo no se conocían las reglas para razonar con acierto, y que algo grave pasó con el sentido común, porque se han encontrado con cada bobada que ni le cuento. Precisamente, por la cantidad y calidad de las memeces halladas, a este periodo postmoderno le llaman el “Memocrático Superior”.

Las Fotos 1, 2 y 3 son una muestra. En ellas se ve una calle de unos 40 metros de longitud, que termina en un muro con árboles. Según parece la llamaron “Avenida Costa… algo”, y fue construida entre los años 2005 y 2006. La tontería de “Avenida” es de calidad extra superior, incluso pusieron una señal de prohibido parar a dos metros del muro, y pintaron una flecha a unos cinco metros, ¿creían que alguien podía salir de la pared? Y si los que entraban iban contra el muro, ¿por qué les prohibían parar y pasar de 50? Más aún, pintaron línea continua prohibiendo dar la vuelta, ¿pretendían que murieran de inanición atrapados en la “Avenida”, o estampados contra el muro? Y la joroba de entrada, ¿era para jorobar al que entraba, para que invadiera el carril contrario y se la pegara con el que saliera de la pared?

FOTO 1



FOTO 2



FOTO 3



Como en el “Memocrático Superior” no hay modo de ordenar las cosas con la lógica, a un historiador viario parisino del siglo XXV (París fue la capital mundial de la moda hasta el siglo XXXIII), se le ocurrió un procedimiento irracional para clasificar las actuaciones de este singular periodo postmoderno. La cosa consiste básicamente en tres secciones muy de su ciudad: alta costura, “prêt à porter” y saldos.

A finales del siglo XX, las rotondas se pusieron de moda en el “prêt à porter” hispánico siguiendo modas francesas, pues en España había mucha afición a lo francés. Sin ir más lejos, el Código Civil español ni era civil ni era español, sino militar y francés, de un tal Napoleón (sujeto bajito, muy mandón y polifacético, que gustaba de hacer excursiones por Europa acompañado de un ejército).

Incluso decían que las rotondas eran un invento francés, y que su origen era la aplicación de los dogmas de la Revolución Francesa del siglo XVII, para combatir la dictadura absolutista de los semáforos (una especie de robots para regular cruces con tres ojos de colores, que estaban locos, eran capaces de mandarte que pasaras cuando no había sitio, y que te quedaras quieto cuando no venía nadie).

Según los arqueólogos viarios las rotondas surgieron en la antigüedad, primero montaban algo para conmemorar alguna de sus guerritas, y luego hacían la rotonda alrededor. Pero en el primer tercio del siglo XX, en Gran Bretaña (no en la Bretaña a secas), se les ocurrió hacer unas rotondas gigantes que no servían para nada. Con los años la cosa mejoró y se extendió, y se implantaron en Francia para acabar con la dictadura semafórica. Pero la cosa no fue bien, no consiguieron acabar con los robots locos de tres ojos, y un accidentólogo francés contaba meteduras de pata a finales del siglo XX (1997dC) en la capital de España. Decía así:

“Esto lo tenemos estudiadísimo en Francia. Para que un camión articulado con carga móvil vuelque en una rotonda a 20 km/h, sólo nos hacen falta tres cosas: un camión articulado con carga móvil; un chofer que lo lleve a 20 km/h; y una rotonda mal diseñada: del resto ya se encargan las leyes de naturaleza”.

El caso es que en Francia tuvieron que retocar muchas rotondas, unas las hicieron desaparecer del mapa, otras sufrieron gran modificación, y otras más siguieron igual de petardas. Pero en aquellos días entró la moda rotondera en el “prêt à porter” hispánico, y claro, no iban a ser menos que los franceses, hicieron lo mismo pero aumentado.

En el ámbito de la alta costura las cosas siguieron igual, diseñando a medida, integrando en la red, pensando en la funcionalidad del sistema y en la seguridad de la peña que transitaba (es lo que tenían los diseñadores viarios, que se distinguían de los dibujadores de calles y carreteras, por el para qué). Es decir, que en la alta costura los cruces a veces eran rotondas, pero otras no, dependía de unas cosas raras a las que los diseñadores llamaban “criterios técnicos”.

Pero la moda de la circulatura del cruce hizo furor, se convirtió en el paradigma geómetra de muchos dibujadores de calles y carreteras, hasta el punto de constituirse en una corriente con identidad propia dentro del “prêt à porter” hispánico, conocida como “El Rotondismo Fundamentalista”, por su apasionada adoración a la circulatura del cruce, que constituía el fundamento fundamental que la fundamentaba; fundamentalmente, claro.

El rotondismo fue innovando (palabreja que significa cambiar las cosas introduciendo novedades, no que sean correctas ni buenas), camino de alcanzar el Nirvana (rotondista, por supuesto), que no era una carretera o calle con muchas rotondas como podría imaginarse con la lógica normal, sino un mogollón de rotondas unidas por trocitos de carretera o calle (cada vez más pequeños).

Con la implementación de su innovación el rotondismo logró cosas inimaginables. Por ejemplo, consiguió que los problemas técnicos de los cruces fueran desapareciendo. Esto quedó demostrado por el liberalismo conceptual de la época: si hay rotonda (premisa), es imposible que existan los problemas técnicos de los cruces (conclusión); pues una rotonda no es un cruce (condición necesaria), es una rotonda (y punto).

Logró que el personal de los servicios sanitarios de emergencias, que tenían que asistir y trasladar a toda pastilla a gente que estaba muy pocha, tuvieran un recuerdo diario para tan singular corriente circular. La evocación mental les sobrevenía cuando la fuerza centrifuga que se generaba en cada rotonda, les hacía la puñeta de modo increíble para intentar salvar al pocho o pocha que llevaban a bordo. Y para poder llegar al hospital, tenían que pasar muchas rotondas dada la frenética actividad del rotondismo hispánico (que dejaron a los franceses a la altura del betún).

El rotondismo consiguió la mayor cantidad de aceleraciones y deceleraciones imprescindibles para sobrevivir transitando entre rotondas. Y con ello, un aumento del consumo de combustibles fósiles (otra bobada de aquéllos días, utilizaban petróleo para impulsar los vehículos, y no es coña), aumento de la contaminación, del consumo de recursos naturales (los que se empleaban para los frenos y los neumáticos), ruidos indeseables (improperios de peatones y conductores), y un largo etcétera de efectos colaterales, espurios, secundarios, terciarios, indirectos, derivados, allegados y por aproximación, que provocaban un coste por kilómetro que pronto empezó a plantearse para el abono del kilometraje y las tarifas de los transportistas (Oiga, ¿la ruta es por carretera normal; por carretera con muchas rotondas; o por rotondas con algo de carretera?).

Se sospecha que el rotondismo fue uno de los principales aliados de la industria del GPS (un vetusto método de posicionamiento por satélites radioeléctricos geoestacionarios). Pues, con el secretismo que se implantó en la señalización informativa (que no había manera de saber por dónde había que ir), y con lo mal que llevamos los humanos eso de dar vueltas (es por lo del equilibrio, una cuestión fisiológica; pero muchos decían que los fisiólogos no tenían ni idea de rotondas), el caso es que la gente se perdía más en las rotondas que en el Sahara (que entonces era un desierto y siempre había alguna duna para orientarse).

El mayor logro del rotondismo fue que se hablara de “estética objetiva” como si fuese la cosa más normal del mundo. Y ello por la cantidad de cosas horrendas, incomprensibles y caras que se instalaban en el centro de las rotondas, según decían, por estética. De ahí surgió lo de la “estética objetiva”, significaba que cualquier cosa podía ser estéticamente correcta, menos lo que ponían algunos en el centro de las rotondas, que al ser objetivamente un atentado contra todos los conceptos de belleza que se habían descrito, servían de referente para objetivar la estética; cosa que se creía imposible desde la antigüedad, pues para gustos los colores.

Por contrapartida, esas cosas tenían utilidad para combatir el secretismo informativo, servían para la señalización informativa por SMS, avance tecnológico más barato que el GPS.

Ejemplo de SMS informativo:

“Cuando entres a la citi ay un TODAS DIRECCIONES, ni caso k te pierdes! Gira dcha i sigue a rotonda con espárrago marciano, sal x 1ª dcha i sigue hasta rotonda con media cresta de gallo oxidada, sal x donde dice CAMINO. A 200 m está el Hospital Universitario y la Facultad de Medicina. Besitos. Churri.”


En esto del concepto de seguridad pasiva también imperaba el liberalismo conceptual puro (y sobre todo el duro), y más aún en el rotondismo, que era una corriente de conceptos concéntricos estáticos.

Practicaban sólidas tácticas de defensa pasiva para fastidiar al invasor (que no saliera de rositas). Esto lo demuestra lo que han hallado los arqueólogos viarios, y se aprecia claramente en las imágenes (que ya verá, ya), se sospecha que esto puede ser por un agudo ego concéntrico y muy estático que impedía pensar en el prójimo, pero vaya usted a saber (complejidad humana, que decía no sé quién).

El apasionamiento geómetra exacerbado les hacía creer a muchos rotondistas que todo el mundo sabía adónde estaban sus rotondas, por eso, muchos no las balizaban o ponían un balizamiento ridículo.

Pero la mayoría de la gente no tenía ni idea de adónde había una rotonda, y menos aún con la rapidez con la que proliferaban en aquellos días; y los faros de los vehículos de entonces apenas alcanzaban los 40 m (alcanzaban mucho más, pero como deslumbraban, pues no servían para nada); y de noche todos los gatos eran pardos, menos en las ciudades que eran amarillos.

Según los paleontólogos viarios, lo de los gatos urbanos no era por ictericia lunática, sino por el color del alumbrado público amarillo, que hacía perder los contrastes (los cromáticos y los otros), y claro, en eso de la percepción visual de las cosas, los gatos, las distancias y demás, la peña usuaria fallaba más que las escopetas de las ferias, y de noche se la pegaban contra las rotondas.

Esto fue interpretado por el rotondismo como un ataque despiadado a sus obras, y su respuesta fue terrible.

Algunos empezaron a advertir con mucha antelación de que ahí delante existía una rotonda (¡OJO! AHÍ HAY UNA DE MIS ROTONDAS, ¡NO ME LA ROMPAS!). Pero, claro, de noche, con las lucecitas amarillas o lloviendo, seguían pegándosela, pues los rotondistas seguían sin balizar.

Para que se imaginen la faena plantearemos un símil aéreo. Imagine un avión de pasajeros que llama a la torre del aeropuerto para aterrizar de noche. La torre le da indicaciones de que se aproxime a la pista siguiendo las balizas radioeléctricas, cada baliza le confirma al piloto la trayectoria correcta (lo mismo que las señales de preaviso de las rotondas). Pero a la hora de aterrizar, los de la torre no encienden las luces que balizan la pista, y el piloto, intentando ver, se deja las pestañas en el parabrisas, pero, claro, a la mínima se da de narices con la pista (o con la rotonda), pues mirando, mirando, traspasa el umbral de la distancia de parada, y viene el ¡aterriza como puedas! (Ver Foto 4. Un impecable aterrizaje en una isleta sin balizar. Al final no se salió, quedó arriba, como en un portaviones pero sin agua, ¡un artista!).

FOTO 4



En la Foto 5 se ve un mogollón de preavisos de rotonda, pero en la Foto 6 se ve que en la rotonda no hay ni una baliza (y ya sabe,¡aterriza como puedas!).

FOTO 5



FOTO 6



Era peor si no había nada que avisara de la existencia de la rotonda; o más peor aún, sí había, pero no se veía un pimiento (la “invisibilidad” la inventaron los colocadores de señales del “Memocrático Superior”, se lo mostraremos en otra crónica).

Viendo que, pese a sus advertencias, seguían invadiendo sus rotondas, extremaron la materialización de su singular concepto de seguridad pasiva, en el que también habían sub-corrientes y modas.

En la Foto 7 se muestra una sub-corriente de la seguridad pasiva de las rotondas, conocida como “La ordinaria”, porque era muy repetida e insulsa, pero con una pasmante eficacia para liquidar al mortal que osara adentrarse en sus dominios. La técnica consistía en poner buenos bordillos y muchas palmeras, así, si alguien se adentraba en sus dominios concéntricos, sucedía lo que podía suceder. Esto es, lo que se ve en la Foto 8, que la palmaba contra una palmera. Parece que esto fue sutilmente utilizado por la corriente psicologista para educar a los niños (supuesta clase de educación vial conductista: Veis, al violento vial que no respeta las normas en las rotondas, lo ejecutamos pasivamente con una palmerita).

FOTO 7



FOTO 8



En la Foto 9 se muestra otra sub-corriente, “La ecologista letrada”. Inspirándose en tácticas helénicas de la antigüedad (la falange espartana), ponían mogollón de letras de hormigón delante de palmeras y árboles, como escudos para preservarlos del ataque de los invasores.

FOTO 9



Pero, como se ve en las Fotos 10 y 11, la táctica fallaba, las letras de hormigón se iban a paseo en cuanto los usuarios invasores les arrimaban un buen leñazo.

FOTO 10



FOTO 11



Por ello se produjo una evolución, “La ecologista letrada II”, que, como se muestra en las Fotos 12 y 13, aumentó la eficiencia de la defensa, de modo que el usuario invasor quedara estampado en las letras como mosquito en parabrisas.

FOTO 12



FOTO 13



Por último, en las Fotos 14, 15 y 16, no se muestra un “top manta” de recambios usados, sino la eficiencia de una moda interurbana, “La cúbica diversa”. Bloques de hormigón por un tubo y a distinto nivel, más algunos postecitos de señales bien fuertes y fundamentados. Era sencillamente eficaz, al que entraba lo sacaban.

FOTO 14



FOTO 15



FOTO 16



En fin, que tal cual lo hemos encontrado, tal cual se lo hemos contado. Y está claro que la peña postmoderna tenía un mentalidad muy, muy rarita. El concepto de Sociedad no lo manejaban muy bien (¡sálvese quién pueda!), y lo de pensar en el prójimo, todo un fracaso. Así pasó lo que pasó.

NOTA.
Excepto las fotografías, que son autenticas, todo lo demás es fruto de la imaginación del autor, cualquier parecido con la realidad pura coincidencia (¡pero tenga cuidado ahí afuera!).