11 marzo 2007

Los bolardos y la filosofía del pollo.

Si ronroneas por Internet verás que hay mogollón de controversia con el bolardeo nacional, y que, curiosamente, en esto hay división de opiniones entre los políticos (qué raro, verdad).

Por ejemplo, hay ayuntamientos gobernados por el PP, en los que el PSOE pide que quiten los bolardos; y los hay gobernados por el PSOE, en los que el PP dice que hay que quitarlos. También sucede con otros partidos. Debe ser que la corrección política de estos pirulís urbanos, es en función de si se está gobernando o en la oposición. Incluso se han oído promesas electorales al respecto, que tiene tela, porque el asunto de los bolardos no es cosa de políticos. Y dirás tú: ¿y por qué no?

Pues, resulta que los bolardos de marras son elementos que componen y actúan en el sistema viario, que es un sistema técnico, y por lo tanto, no es cuestión de política sino de técnica.

Y cualquiera que se dedique a meter la mano en los elementos del sistema viario sin saber, mete la pata hasta las cejas, pues afecta a la funcionalidad del sistema, y a lo que aún es peor, a la seguridad de las personas que transitan.

Por eso no se puede meter la mano en calles y carreteras sin saber lo que se está haciendo, dado que puedes fastidiar el invento con tus creencias y suposiciones (aunque sean con muy buena intención), y que alguien se mate o resulte con lesiones muy serias (qué gracia).

Aunque meter la mano en los elementos del sistema viario, y decir muy resueltamente como tienen que ser, sin tener ni idea de lo que se habla, practicando la filosofía del pollo (po llo creo que…), es quizás el primer deporte por cantidad de practicantes, en competencia con la cantidad de seleccionadores nacionales por metro cuadrado que tiene la selección española de fútbol.

Con esto del bolardea que algo queda, no hace mucho salió en prensa que una joven viuda de Elche está haciendo campaña para quitar los borlados en esa ciudad, dado que su marido murió al golpearse contra uno de estos pirulís de acera.

Se sabe que estos pirulís (de hierro fundido y otros materiales consistentes), han enviado al otro mundo a unos cuantos y han causado lesiones muy graves a otros (tanto como paraplejías). Y este es, junto a la rotura de coches en plan industrial (que tiene sus costes sociales y su consumo inútil de recursos naturales), el principal argumento que emplean sus detractores, sin olvidar los castañazos que se han metido y se meten los peatones, que también duelen y dejan secuelas, y hasta hacen graves daños. Imaginar un rodillazo y posterior caída en una persona mayor que se valía para hacer su vida, y que después de esto, puede quedar bastante inmovilizada y pasar a ser dependiente por virtud del pirulí callejero, por no hablar de las consecuencias fatales que pueden conllevar para una persona mayor quedar en esa situación.

Pero, frente a la contundencia de los hechos (y de los bolardos), la principal respuesta que se les ofrece a sus detractores es prácticamente la misma en todas partes: que los bolardos son para la seguridad del peatón (pues oye, menos mal).

Eso sí, sin explicaciones que justifiquen la afirmación, lo cual deja a sus defensores flotando en el aire, pues los detractores se apoyan y esgrimen hechos adversos muy graves. Y ante los hechos no valen argumentos, y menos aún la filosofía del pollo, (po llo creo que…).

Pero (siempre hay algún pero maligno), resulta que en esto del sistema viario, el tráfico y demás líos callejeros y carreteros, existen fundamentos teóricos, conceptos, principios y demás juergas racionales y materiales, aunque los filósofos del pollo los ignoren y sigan con su consabida formula todológica que sirve para todo (po llo creo que…).

Existe un concepto llamado seguridad pasiva, que consiste en hacer las cosas de modo que si alguien sufre un accidente a pie o en vehículo, resulte ileso o con las lesiones más leves posibles, aunque eso está limitado por el estado de la técnica y las condiciones de la Naturaleza.

El truquito de la seguridad pasiva consiste en hacer las cosas de modo que no actúe violentamente la energía que poseen los cuerpos por virtud de su posición y su movimiento, y si lo hace que sea con la menor eficiencia posible. Con esta idea, aplicada a los vehículos, a las calles y a las carreteras, se han salvado y se salvan muchas vidas diariamente, y más que se salvarán, sin olvidar a los heridos recuperables, disminuyendo así los inválidos.

Claro, que en aquellos sitios en donde pasan olímpicamente de los rollos teóricos y metodológicos del sistema viario y de sus funciones en la Sociedad, de la seguridad pasiva y de la seguridad activa (otro rollazo conceptual que evita accidentes), pues resulta que (como es lógico y previsible) los accidentes y las víctimas se mantienen o suben, frente a la tendencia que se viene produciendo en las carreteras europeas desde hace más de quince años. Esa tendencia consiste en que hay más tráfico (mogollón más), a mayor velocidad media, pero con menos accidentes y menos muertos, esos son los hechos pese a que la pseudo-ciencia dice muchas bobadas al respecto, eso sí, con énfasis y solemnidad (es que da empaque, sabes).

En definitiva, que el bolardeo nacional sólido y consistente, no es cosa que se ajuste a lo que es la técnica viaria, ni a las funciones del sistema viario en el funcionamiento de la Sociedad, ni a la seguridad de las personas, ni a una gestión racional de los recursos naturales, ni a lo que interesa a la economía de la Sociedad, que todo esto es producto de la filosofía del pollo (po llo creo que…) aplicada al sistema viario y a su gestión. Las pretendidas funciones de los bolardos pueden lograrse con elementos y medios que no causan la muerte ni lesiones graves a las personas, y respecto a eso no hay más para discutir.

Además habría que hablar de para qué ponen los bolardos en sitios adonde no hay problemas; o peor, adonde no puede haberlos o que aún poniéndolos son inútiles. Y qué decir de los criterios con los que se instalan en la calles, porque cuando te ves un bolardo junto a un árbol, una señal o una farola, te quedas con las neuronas colgando, y ya se te caen al suelo cuando ves una batería de bolardos justo en la esquina a la que irán a parar los vehículos y sus ocupantes en caso de colisión en el cruce (será peor el golpe contra los bolardos que el impacto entre los vehículos, en todo caso el segundo será además del primero, para fastidiar más), o cuando a la salida de un puente te ves una isleta con un árbol y dos señales con poste metálico bien sólido y resistente, isleta en la que no cabe ni un Smart puesto de pie, y encima le meten cuatro bolardos de hierro fundido.

Y dices, ¿será para proteger el árbol del ataque de los usuarios invasores que por cualquier motivo se salga de la vía o se caiga a la salida del puente?

Pero no, es cosa de la filosofía del pollo, que es todológica y como el Universo, que no se conocen sus limites.

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