El "Informe Buchanan", publicado en 1963, advertía que las ciudades no estaban preparadas para permitir un gran aumento de automóviles, y que, por lo tanto, se tenía que hacer un esfuerzo en planificar y remodelar las ciudades para albergar el tráfico peatonal y rodado que se iba a producir, y hacía un razonamiento inexorable:
"No será conveniente que la sociedad siga invirtiendo sumas aparentemente ilimitadas en la compra y manejo de vehículos a motor sin invertir sumas equivalentes en la apropiada acomodación del tráfico resultante".
En efecto, si las infraestructuras viarias no se diseñan para el tráfico que va a pasar por ellas, y se construye y gestiona sin contemplar la comodidad, la economía, la fluidez y la seguridad del movimiento de personas y vehículos, los problemas están asegurados, es cuestión de tiempo.
Y los síntomas más notorios del mal funcionamiento del sistema viario siguen siendo tres fenómenos característicos: la congestión, las dificultades para parar y estacionar, y la siniestralidad, que es el primer problema de seguridad pública entre los fenómenos violentos que amenazan a la población, cuyo coste social pueden alcanzar fácilmente el 2’5% del PIB de una ciudad, región o país.
En el ámbito científico y técnico del sistema viario (que, como el Sur, también existe, aunque no se les atiende), hay preocupación por el futuro. Porque si no se cambian los modos de construir y gestionar el sistema viario, puede ser más hostil de lo que ha sido hasta ahora, haciendo más difícil la vida, limitando y hasta impidiendo el progreso socioeconómico.
Pese al “Informe Buchanan”, en muchas ciudades se siguió construyendo y gestionando sin contemplar el tráfico. Pero lo peor vendría en las décadas de los 80 y los 90, en las que el crecimiento del tráfico y los índices de motorización aumentaban a todas luces, cumpliéndose la predicción, y pese a ello en muchas ciudades se siguió construyendo y gestionando sin contemplar el tráfico que ya circulaba por sus calles, y sin prever las consecuencias que ello tendría en la funcionalidad y en la seguridad vial, en la economía, en la vida de las personas, en las actividades socioeconómicas, en definitiva, en el funcionamiento de la sociedad.
“En el ámbito urbano y periurbano las cosas aún son más complejas, más variadas, más difíciles y más dramáticas; los esfuerzos aún tienen que ser mayores y más rápidos, porque su lenta e inestable tendencia es justamente la contraria que en las carreteras: la siniestralidad y las víctimas tienden a aumentar. Los problemas de funcionamiento y funcionalidad son importantes, y en no pocos lugares la insostenibilidad es una espada de Damocles que se va acercando más en la medida que el sistema viario no se gestiona para evitarlo, y hay lugares en los que se sigue construyendo y gestionando del mismo modo que ha provocado los problemas, haciendo que cada vez sean más difíciles la vida y las actividades socioeconómicas, provocando más y más efectos adversos en la sociedad y, en consecuencia, acercándose más rápidamente a la temida insostenibilidad.” 1
Pero el resultado de construir y gestionar con bajo o nulo nivel tecnológico, con pocos conocimientos y con poca o nula previsión de consecuencias, no es sólo el agravamiento de los tres síntomas, es mucho más:
“Pero el sistema viario es a la sociedad lo que el sistema de circulación sanguínea es a nuestro cuerpo: ostentan el mismo rango en su jerarquía funcional y, en consecuencia, el mal funcionamiento del sistema viario provoca disfunciones y problemas en el desarrollo de las actividades de las personas y de la sociedad, generando una cadena de efectos adversos difíciles de describir por su cantidad, complejidad y heterogeneidad, pero que, en definitiva, afectan a la calidad de vida, al progreso socioeconómico y hasta la propia supervivencia. El coste social de ese conjunto de efectos adversos es incalculable, pero al final afectan significativamente al crecimiento económico y a la renta disponible, cerrando así un ciclo adverso realimentado.” 2
En muchas ciudades el coste adicional por los efectos adversos del mal funcionamiento de su sistema viario, supone un buen mordisco a su PIB (muy superior al 2’5% de la siniestralidad), empobreciendo a sus habitantes, que ya tienen hipotecada su calidad de vida, su prosperidad socioeconómica y su primer problema de seguridad pública entre los fenómenos violentos, por el bajo nivel tecnológico con el que se ha urbanizado y se urbaniza, y con el que se ha gestionado y gestiona su sistema y su tráfico viario.
El único modo de evitar la previsible y amenazante situación futura, es actuar de modo distinto al que se han provocado y agravado los problemas de la situación actual. Es dejar de diseñar, construir y gestionar con tan bajo nivel tecnológico, dejando de provocar y agravar los tres síntomas del mal funcionamiento del sistema y el resto de efectos adversos que se derivan, como aún se viene haciendo en muchas ciudades, en un ejercicio de irracionalidad que poco a poco va asfixiando la calidad de vida de sus habitantes y deteriorando el progreso socioeconómico.
Además, hay que ir planificando las actuaciones técnicas (se entiende conforme a lo que es la técnica sobre el sistema y el tráfico viario, no con lo que se crea o se suponga que es eso), optimizando los recursos y las inversiones (no perdiéndolos inútilmente en medidas ineficaces, o peor aún, que agravan la situación), para mejorar en lo posible (y esto es una tarea ardua y difícil), la funcionalidad y la seguridad de las infraestructuras que se han diseñado, construido y gestionado con bajo nivel tecnológico, y sin previsión de consecuencias en la comodidad, la economía, la fluidez y la seguridad del tráfico peatonal y rodado que circula por ellas.
El asunto bien merece más saber y mejor técnica, porque la cuestión del tráfico en la ciudad, sigue siendo: cambiar o morir y malvivir.
1. Párrafo de La seguridad vial y las infraestructuras, L. Xumini, Biblioteca Pública de ACEX, Sección Digital (www.acex.ws), Madrid, enero, 2008; La seguridad de los caminos, en la revista técnica CARRETERAS (Asociación Argentina de Carreteras), nº 189, marzo, Buenos Aires, 2008.
2. Párrafo del artículo citado.
09 junio 2008
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