19 mayo 2007

La responsabilidad de la Administración en el accidente de tráfico

Por Miguel López-Muñiz Goñi.

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Este artículo está relacionado con La seguridad vial y las infraestructuras, imprescindible para entender qué son las causas de los accidentes, y la influencia de las infraestructuras en la siniestralidad y en la seguridad viaria, incluye las Pirámides de la Inseguridad Vial.

La lectura de ambos artículos da una visión contextual de la influencia de las infraestructuras y la responsabilidad de la Administración, en la siniestralidad y en la seguridad viaria.

Nota preliminar.

Rescatado del olvido, este trabajo es una comunicación al V Congreso Internacional de Derecho de Circulación celebrado en Madrid en 1963, que además fue publicado en la Revista de Derecho Español y Americano, nº 4 (abril-junio) de 1964. Trata de la perspectiva jurídica sobre un asunto que en la actualidad viene adquiriendo relevancia por muchos motivos, sobre todo por la necesidad material y social de que la Administración ejerza sus competencias y facultades para la funcionalidad y la seguridad del tráfico en las infraestructuras viarias (dicho sea, lo mismo que en 1963).

Su autor, Miguel López-Muñiz Goñi, no precisa presentación en el ámbito del Derecho y menos aún en el de la Accidentología. Esto no es, por tanto, ni un prologo ni nada que se le parezca, es una simple nota recordando el contexto en el que se escribió este trabajo, sin olvidar algunos rasgos que definen a su autor, y algunos hechos que se han producido en los 44 años que han transcurrido desde que se escribió, estamos en abril de 2007.

D. Miguel es un adelantado a su tiempo, con extraordinaria visión de futuro, analítica y sintética, a la vez que profunda y práctica, no desliga su profesión de jurista de su interés por la siniestralidad viaria y por la Accidentología, que deviene de la necesidad de saber cómo y porqué es esa tragedia; una necesidad de ciencia muy personal que ya definió Ortega y Gasset en Del estudiar y el estudiante, y que es una constante en todos los que han intentado avanzar a la vanguardia de esa especialidad emergente que es la Accidentología viaria, que no acaba de cuajar pese a que es muy necesaria para la sociedad, muy atacada por la pseudo – ciencia y las creencias en el origen de la siniestralidad viaria.

Pronto le llegó esa inquietud a D. Miguel, pues como él mismo dice, al poco de tomar posesión de su cargo en el juzgado de Almansa (Albacete), ya se enfrentó al drama que produce un «punto negro», que conmueve y suscita preguntas, que no asaltan al cerebro sino al corazón, creando la necesidad de saber –de ciencia- a la que se refería Ortega y Gasset en su artículo, publicado en 1933 en el Diario La Nación de Buenos Aires.

Almansa era y es ruta obligada para el tráfico viario entre la costa mediterránea y la meseta, entre Madrid y las provincias de Alicante y Murcia. España empezaba a salir del agujero de la posguerra y todo lo que le rodeó, y el incremento de vehículos motorizados fue esencial para conseguirlo. Pero, con ello, los accidentes de circulación se convirtieron en un problema de primera magnitud, alterando la vida apacible de los juzgados en cuyo partido se encontraba algún tramo de las grandes carreteras de la época.

Del ajetreo en el juzgado de Almansa y de la inquietud personal, vendría ACCIDENTES DE TRÁFICO. PROBLEMÁTICA E INVESTIGACIÓN, obra que sigue siendo obligada para los investigadores experimentados, y más aún para quienes dan sus primeros pasos en la materia.

Por esos años, finales de los 50 y principios de los 60, y ante el problema de la siniestralidad, en España se crearon, entre otros, el Seguro Obligatorio de Automóviles, el Fondo Nacional de Garantía de Riesgo de la Circulación, la Jefatura Central de Tráfico y la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, y es en ese contexto, para la mayoría de nosotros ya histórico, en el que se escribió esta comunicación.

Desde el punto de vista científico y técnico destacan muchas cosas en este trabajo. Fíjese el lector que López-Muñiz ya habla de la necesidad –y la responsabilidad- de mejorar la formación y los criterios de selección de conductores, y de la necesidad de controlar la corrección del estado de los vehículos, campos en los que se ha avanzado en los más de 40 años que han transcurrido, y precisamente en los aspectos descritos por D. Miguel, aunque no tanto como puede parecer a simple vista.

Pero aún destacan más sus referencias a la infraestructura viaria como elemento activo en la producción de la siniestralidad, algo que aún hoy muchos no conciben ni admiten, pese a las evidencias lógicas y empíricas que no permiten otras conclusiones, y que obviamente es responsabilidad de la Administración, aunque intervienen otros actores.

Aún destaca más otra afirmación, cuya veracidad, como todas las afirmaciones de López-Muñiz, quedaría demostrada posteriormente por los hechos: «En el planeamiento de una carretera comienza precisamente la prevención del accidente de tráfico.»

La mejora técnica de las carreteras ha sido uno de los elementos determinantes para conseguir el nivel de seguridad alcanzado en la segunda mitad del siglo XX, con unos volúmenes de tráfico que han aumentado mucho más allá de lo que ya era inimaginable a principios de los años sesenta cuando se escribió este trabajo. Y, sin embargo, ello ha sido disminuyendo accidentes y víctimas; en los últimos quince años los muertos de las carreteras españolas han disminuido a la mitad. Y son hechos ante los que no caben argumentos, están ahí.

Obviamente esa prevención que comienza en el fase de planeamiento, sigue en la fase de construcción y en la de mantenimiento y explotación. Y repito, algo que aún hoy muchos no conciben ni admiten, pese a las evidencias lógicas y empíricas que no permiten a otras conclusiones con el razonamiento científico o demostrativo, pues la corrección técnica de las infraestructuras viarias son determinantes para la seguridad y la siniestralidad viaria, de su estado y condiciones depende en buena parte que se produzca la una y la otra, dado que los elementos artificiales estáticos del sistema viario actúan sobre la seguridad (activa y pasiva) de todos los elementos dinámicos (peatones y vehículos), y éste es un hecho que no entra en el ámbito de lo que es científicamente opinable. En ese sentido se pronunciaba la propuesta de Directiva de la Comisión Europea de 5 de octubre de 2006, proponiendo estudios de impacto en la seguridad de la red para las nuevas vías o sus modificaciones, auditorias de seguridad desde el proyecto hasta la puesta en servicio, la gestión de la seguridad viaria controlando el riesgo y eliminando los «puntos negros», y la realización de inspecciones periódicas de la seguridad de las vías en servicio.

Miguel López-Muñiz Goñi fue el primero en afirmar una gran verdad, incontestable y demostrada, como es que, «los accidentes de tráfico son la consecuencia de problemas técnicos sin resolver».

Frase que marca el camino a seguir en Accidentología y en Ingeniería viaria, especialidades que lejos de ser antagonistas (como algunos pretenden que parezcan), son complementarias y están obligadas a crecer juntas, puesto que comparten objeto, objetivos, incógnitas e inquietudes: una, la Accidentología, con un juicio crítico riguroso, identificando problemas, planteando preguntas y el modo de obtener respuestas verdaderas, porque en tráfico sólo sirve la verdad; la otra, la Ingeniería, es la creatividad con el ingenio que le caracteriza y define, la que junto con la ciencia ha hecho posible este enorme y complejo tinglado que es el sistema viario, buscando soluciones a los problemas, mejorando la funcionalidad y la seguridad. De ese modo es como se ha avanzado, y como se ha obtenido la funcionalidad y la seguridad que objetivamente tenemos, y que no sólo hay que mejorar, sino que también hay que conservar.

Más que necesaria, es imprescindible la conservación de ese patrimonio esencial (para y de la sociedad), que son la infraestructuras viarias. No hacerlo suficientemente implica una regresión de consecuencias nefastas para la sociedad en todos los aspectos; y dejar perder lo conseguido, siendo imprescindible para la vida y la prosperidad, y para la seguridad de las personas, es una peligrosa e imperdonable sandez que ninguna sociedad se puede permitir.

Por ello es seguro que la Ingeniería seguirá inventando para avanzar en conservación, en funcionalidad y en seguridad, del mismo modo que la Accidentología seguirá planteando problemas, preguntas y críticas, porque ambas existen para eso, son las especialidades propias del sistema viario y sus fenómenos, y son interdisciplinarias, precisan del auxilio del saber de otras especialidades científicas y técnicas, pero sin perder de vista sus principios y fundamentos, los propios de la especialidad (que son comunes a las dos), ni las condiciones y pautas que rigen en la estructura y en el funcionamiento del sistema viario, que las impone la Naturaleza, no el hombre, sin olvidar sus funciones en la sociedad, porque de ello dependen: la calidad de vida de las personas, el desarrollo de las actividades socioeconómicas, y la supervivencia de muchas personas. La siniestralidad viaria sigue siendo el primer problema de seguridad pública entre todos los fenómenos violentos que amenazan la supervivencia y la integridad de la población del planeta, y no se puede bajar la guardia.

Miguel López-Muñiz Goñi como Josef Stannard Baker, son en Accidentología lo que Ezra Hauer es en Ingeniería, brújulas que marcan el camino a seguir. Su visión de futuro desde la realidad de su presente deviene de su pensamiento, que es claramente avanzado a su tiempo.

El tiempo es un juez implacable que pone las cosas en su sitio (impone el orden natural en las cosas), y da a cada uno lo suyo (hace justicia).

En lo que a siniestralidad y seguridad viaria se refiere, el tiempo ha ido poniendo las cosas en su sitito (y a los hechos me remito), y con ello también ha ido haciendo justicia a Miguel López-Muñiz Goñi, como hace con todos.

Sirvan estas líneas a modo de acta, pues uno no hace mas papel que el de secretario del tiempo y los hechos, que son los que verdaderamente dicen y mandan.

Luis M. Xumini.

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